Primero los colores.
Luego los humanos.
El mundo se estaba hundiendo bajo el peso de la nieve.
A veces llego demasiado pronto, me adelanto.
Y hay gente que se aferra a la vida más de lo esperado.
El horizonte empezaba a dibujarse al carboncillo.
Jugando allí a la rayuela, en esa calle que parecía una página con manchas de aceite.
Seguramente las bombas, arrojadas por humanos escondidos entre las nubes, tuvieron algo que ver.
La última vez.
Ese cielo rojo...
Viajé por todo el mundo como siempre, acompañando las almas hasta la cinta transportadora de la eternidad.
El viaje continuó como si «todo» hubiera pasado.
Las lágrimas acudieron en tropel a sus ojos tropezando unas con otras,
el primero lo robó a la nieve y el segundo a las llamas,
otro le fue entregado por un amable atardecer vestido de amarillo.
Los libros y las palabras no solo comenzaron a tener algún significado, sino que lo significaban todo.
«Imbécil», y no distingue entre el femenino y el masculino. Uno simplemente lo es.
—daba la impresión de que tenía las palabras en la mano, bien apelmazadas, para lanzarlas al otro lado de la mesa—,
la cama destinada a su hermano flotaba en la oscuridad como una barca.
No irse: acto de confianza y amor, a menudo descifrado por los niños.
Parecía que alguien hubiera vertido un líquido en el cielo —frío y
espeso, resbaladizo y gris—, pero de vez en cuando algunas estrellas
tenían el valor de alzarse y flotar,
Todo el mundo sabe que una bola de nieve en la cara es el comienzo perfecto de una amistad duradera.
¿HAY ALGO PEOR QUE UN CHICO QUE TE ODIE?
Un chico que te quiera.
Si gano, te doy un beso.
El cielo estaba muy oscuro y nublado, aderezado con las pequeñas astillas de lluvia que comenzaban a caer.
—Algún día te morirás por besarme —le dijo.
La luna estaba zurcida al cielo, con puntadas de nube alrededor.
Las palabras, pronunciadas con un suave susurro, resbalaron de la cama y se esparcieron por el suelo como si fueran polvo.
—Con una sonrisa así, no necesitas ojos — respondió.
En la oscuridad, Liesel tenía los ojos abiertos. Contemplaba las palabras.
Las palabras estaban de camino, y cuando llegaron, Liesel las
sujetó entre las manos como si fueran nubes y las escurrió como si
estuvieran empapadas de lluvia.
Cómo no va a gustarle a alguien un hombre que no solo se fija en los colores, sino que además los comenta.
Palabras en llamas arrancadas de sus frases.
Una ráfaga espiraba de la casa, el aliento imaginario de un cadáver.
Un silencio que se extendía como una goma elástica que ansiaba romperse.
Consiguió colar las palabras por el resquicio que había entre el alcalde y el marco.
La estaba llamando Saumensch. A los once años, creo que es lo más parecido al amor que podían experimentar.
Traducido, podríamos comentar que tuvo que forcejear con dos palabras gigantes
DOS PALABRAS GIGANTESCAS
«LO SIENTO»
En la Alemania nazi.
Qué apropiado que descubriera el poder de las palabras.
Es un gran libro, el mejor libro que hayas leído jamás.
—Podría ser peor. —Miró a los ojos judíos de su amigo—. Podría ser tú.
Una pizca de bondad, una pizca de maldad y sólo falta añadirle agua.
A lo largo de los años he visto a muchos jóvenes que creen correr al encuentro de otros jóvenes.
No es así.
Corren a mi encuentro.
El horizonte tenía el color de la leche.
vio cómo moría el hombre, cómo tomaba el desvío seguro de la vida a la muerte.
—Cuando la muerte venga a por mí, sentirá mi puño en su cara —juró el chico.
Incluso a los enemigos apenas los separaba un paso de la amistad.
En 1938 era difícil imaginar que la vida pudiera empeorar.
Y entonces llegó el 9 de noviembre. Kristallnacht. La Noche de los Cristales Rotos.
Su cuerpo se arrugaba y se hacía una pelota, como una página llena de tachones arrojada a la papelera.
Cuando se detuvo, la sombra se cernió sobre él, vigilante. Siempre había alguien vigilando.
El sol se ponía detrás de una cosecha de sábanas viejas.
—Es el mejor libro que he leído en mi vida. —Miró a Hans y de nuevo a la niña—. Me salvó la vida.
Un tren nocturno llegando a su hora a la estación, tirando de los
recuerdos que lleva atados a una cuerda, tras mucho arrastrar y
traquetear torpemente.
No sé por qué, de niño me gustaban las peleas. Perdía casi siempre.
A cambio, ella me explicó de qué estaban hechos sus sueños.
En la profunda oscuridad de mi corazón de siniestros latidos, lo sé. Le habría gustado, sin duda.
Hasta la muerte tiene corazón.
Era lunes y paseaban por una cuerda floja hacia el sol.
La mano del tiempo, la cual no dudaba en estrujarlo. Le sonreía, lo
retorcía y lo dejaba vivir. Qué gran maldad puede encubrir la
prolongación de una vida.
—Las palabras eran visibles; se desprendían de su boca como si fueran piedras preciosas—.
Un siniestro charco de barro le sonrió desde el suelo.
Qué lástima que los libros no puedan comerse.
—Adiós, Saumensch. —Rió—. Adiós, ladrona de libros.
Debió de haberla querido con todo su corazón. Tanto, que nunca más volvería a pedírselo y se iría a la tumba sin él.
¿Quieres saber qué aspecto tengo en realidad? Te ayudaré. Ve a buscar un espejo mientras sigo.
La mejor Navidad de todos los tiempos. Poco de comer. Nada de regalos. Pero había un muñeco de nieve en el sótano.
¿Cómo le regalas a alguien un pedazo de cielo?
Apenas se veía gente en la calle y las gotas de lluvia parecían virutas de un lápiz gris.
Le daba a Max El repartidor de sueños como si las palabras pudieran alimentarlo.
Una frase se le cayó de los labios.
Se acercaban las bombas... y yo con ellas.
Cuando terminé, el cielo estaba amarillento, como un periódico en llamas.
Con los años muchas palabras se han desvaído y el papel está medio
deshecho por los roces de llevarlo en el bolsillo, pero aun así hay
frases que no he conseguido olvidar.
Sentir tanto amor sin saberlo y a confundirlo con las risas y el pan untado con poco más que el aroma de la mermelada.
La alegría le mostraría el camino al sufrimiento.
Las sombras de las nubes estaban sepultadas bajo la oscura hierba.
¿Se puede robar la felicidad? ¿O es sólo otro infernal truco humano?
—¿Qué aspecto tenía? —preguntó Hans.
Max levantó la cabeza con gran pesar y estupefacción.
—Había estrellas —contestó—. Me quemaron los ojos.
Dos semanas para cambiar el mundo y catorce días para destruirlo.
Lo único que pasó fue que había un cielo oceánico con nubes vestidas de blanco.
Vieron acercarse a los judíos como un torrente de colores.
las palabras rompían como olas contra su espalda.
Apagaba la luz y veían caer las fichas de dominó bajo el resplandor de la vela.
Seguro que si hubiera un libro al final del camino seguirías andando.
Un corazón de trece años no debería sentirse así.
Sólo estaba la luz de la luna, como si fuera un largo cabello prendido en la cortina,
Hans tenía los pulmones llenos de cielo.
La lágrima estaba hecha de amistad —una sola palabra— y al secarse se convirtió en una semilla.
Las nubes pasaron de largo como monstruos blancos de corazones grises.
A veces me mata ver cómo muere la gente.
Las lágrimas le corrían por las mejillas como si fueran alambres.
Tres lenguas se entrelazaban: el ruso, las balas y el alemán.
Robar es lo que hace el ejército llevándose a tu padre y al mío.
«Creo que se me da mejor dejar cosas atrás que robarlas.»
No lo sé, pero ella me reconoció, me miró a la cara y no apartó la vista.
Veo su fealdad y su belleza y me pregunto cómo ambas pueden ser lo mismo.
Sin embargo, tienen algo que les envidio: al menos los humanos tienen el buen juicio de morir.
Nevarían abrasadores copos de nieve.
Otro péndulo humano. Otro reloj, parado.
Se mató por querer vivir.
el problema es que esa clase de gente se guarda las palabras más importantes para después,
Puede que creas que no te quiero por lo que te he hecho, pero te quiero.
Allí, en algún lugar dentro de ella, estaban las almas de las palabras. Salieron trepando hacia fuera y se colocaron a su lado.
La gente, los judíos y las nubes, todos se detuvieron. A mirar.
Esa tarde entre los árboles era alguien que repartía pan y ositos de peluche.
Se estaba despidiendo y ni siquiera lo sabía.
había imaginado la solitaria espera de un tren que la llevaría de vuelta al olvido.
Las palabras. ¿Por qué tenían que existir? Sin ellas nada hubiera pasado.
Adoro y detesto este lugar porque lo habitan las palabras.
«Cómo pesan las palabras»
«He odiado las palabras y las he amado, y espero haber estado a su altura.»
¿Dónde estaba esa persona que consolarle de que le robaran la vida?
vi un niño tumbado en la cama imaginando el sabor que tendría un beso de su extraordinaria vecina.
Este chico puede conmigo. Es lo único malo que tiene. Me rompe el corazón. Me hace llorar.
Las bellas cenizas no dejaban de llover de un cielo rojo.
Se inclinó sobre el rostro sin vida y besó en los labios con delicadeza a su mejor amigo,
Me maravilla lo que los humanos son capaces de hacer aunque estén
llorando a lágrima viva, que sigan adelante, tambaleantes, tosiendo,
rebuscando y hallando.
lo recogieron sin echarle siquiera un vistazo y lo arrojaron al camión
de la basura. Me subí de un salto y lo rescaté antes de que el camión
arrancara.
Sobre su rostro asomaron lágrimas de madera y una sonrisa de roble.
cómo un mismo hecho puede ser espléndido y terrible a la vez, y una misma palabra, dura y sublime.
Los humanos me acechan.