- Eran las cinco de una madrugada de invierno en Siria. En la estación de Alepo estaba estacionado el tren que las guías ferroviarias llamaban pomposamente el Taurus Express.
- «¿Cómo podría olvidar que en cierta ocasión me salvó usted la vida?».
- Una ráfaga de viento frío barrió el andén. Ambos hombres se estremecieron.
- El cuerpo... la jaula... es de lo más respetable, pero el animal salvaje asoma tras los barrotes.
- Ese hombre me da mala espina. Duerme en el compartimento contiguo al mío y no me gusta. Anoche atranqué la puerta de comunicación. Me pareció oírle andar por el pasillo.
- —Media hora después de medianoche tropezamos con la tormenta de nieve. Nadie pudo abandonar el tren a partir de entonces.
- —El asesino, por tanto —anunció Bouc solemnemente—, todavía está entre nosotros.
- —Entonces, ¿cómo explica que encontraran este botón?
—No me lo explico, señor. Es un misterio. - El individuo que estaba dentro miraba de una manera furtiva por la rendija. Luego, cerró la puerta rápidamente.
- Poirot se inclinó como un gato que va a echar la zarpa a un ratón.
—¿De quién es, entonces? - Lo imposible no puede haber sucedido; por tanto, lo imposible tiene que ser posible, a pesar de las apariencias.
- Durante unos minutos reinó un silencio de muerte.
- —Entonces —anunció Poirot—, como ya he expuesto mi solución ante todos ustedes, tengo el honor de retirarme completamente del caso.