Atención iniciados, ya pueden leer de manera oficial en este blog el epílogo de la saga Divergente: Después del final. El epílogo fue traducido por Divergente México al español. Aquí se los dejamos, esperamos sus comentarios al final.
Queridos lectores:
Siempre he dicho que la serie Divergente estaba completa, pero hace un tiempo me di cuenta que todavía existía algo de la historia que había dejado sin contar.
Así que escribí algo para mí, sobre lo que Tobías había estado haciendo en los años posteriores a Leal. Ahora estoy emocionada de tener finalmente la oportunidad de compartir con ustedes el epílogo de la serie Divergente: Después del final.
-V
—Se acerca la reunión de cinco años.
Christina se inclina contra la barandilla de la plataforma del tren, primero inclinándose, apoyada por los codos, luego enderezándose, presionando sus caderas hacia la barandilla para mantener el equilibrio. Su cabello es más largo de lo que nunca ha sido, densamente rizado y lacio en la parte superior de la cabeza. A veces lo lleva envuelto en una bufanda, un colorido desafío de su historia en Osadía, pero hoy está suelto.
Las palabras ponen en mí un peso familiar pero aún más de lo que me gustaría soportar.
—Es lo que he oído —le respondo. Cada año los antiguos miembros de las facciones, los que todavía viven en Chicago, se reúnen para celebrar, o tal vez para llorar, nuestra historia. He ido a algunos de estos eventos y a otros no, pero este año es importante.
Cinco años.
—¿Irás?
Christina inclina la cabeza mientras me mira, luego se encoge de hombros.
—Estaba pensando en eso —me dice —Es en la sede de Osadía, la antigua sede de Osadía debería de decir.
Asiento mientras miro las luces de la ciudad que salpican los edificios que nos rodean. Algunos de ellos muestran reflejos de otras vidas, una mujer trenzando su cabello y riendo, un hombre que carga a sus hijos, el resplandor de una linterna bajo las mantas mientras un niño roba más tiempo despierto.
Un autobús pasa debajo de nosotros, llevando el viajero tardío a los edificios de apartamentos cerca del pantano. Detrás de mí están las silenciosas vías del tren, los carriles brillan a la luz de la luna.
Un autobús pasa debajo de nosotros, llevando el viajero tardío a los edificios de apartamentos cerca del pantano. Detrás de mí están las silenciosas vías del tren, los carriles brillan a la luz de la luna.
—Sé que vas a la sede de Osadía de vez en cuando— dice ella mirando sus manos. —Zeke me lo dijo.
Zeke. Ese traidor.
—Sí, voy allí. ¿Y qué?
Ella examina sus uñas, está fingiendo ser casual pero nunca ha sido muy buena fingiendo. —¿Qué haces ahí?
—No recuerdo haber acordado un interrogatorio —digo lo más tranquilo que puedo. No quiero despertar su lado quisquilloso tan pronto.
—Si no quieres responder a las preguntas solo dilo —dice. —Pero creo que ya deberías de haber descubierto que si hay algo que quieras esconder, probablemente sea algo de lo que tengas que hablar.
Gimo, bromeando pero tiene razón. Sé que ella tiene razón.
Desde que me detuvo de tomar el suero de la memoria, he confiado en ella de una manera en la que no confío en nadie más. Alguien que te ha visto débil y no lo usa contra ti, vale la pena tener ese tipo de confianza, creo. Pero todavía es difícil admitir otra vulnerabilidad ante ella, incluso decir las palabras en voz alta.
—Bien —digo doblando mis hombros hacia adentro. —Paso a través de mi paisaje del miedo.
Me mira fijamente. —¿Qué es lo que tienes con el paisaje del miedo, Eaton? Al principio fue un capricho, pero ahora es francamente patológico.
—No es tan importante —le digo.—Es... terapéutico.
—Cuatro —dice ella y hace una pausa. —Tobias, sabes, no es terapéutico si nada cambia.
—¿Quién dice que mis miedos no han cambiado?
—¿Aún está allí? —Su voz se suaviza pero no en la forma en que las voces de otras personas se suavizan cuando me hablan de Tris, es la forma en la que me da ganas de decir que estoy bien, despedirme, quedarme solo. Los ojos de Christina se nublan por la pérdida y el dolor, y sé que ella entiende.
—Sí —mi mano sube automáticamente por encima de mi cabello, cortado al estilo de Abnegación. —Sí, todavía está allí, por supuesto que sí.
—Así que vuelves a verla —dice.
—No —le digo. —No, no es por eso.
—Pero eso es parte de eso.
—Es... mmm... —suspiro. —No es que quiera verla allí... ¿Crees que me gusta verla morir una y otra vez? —bajo mi mano con fuerza sobre la barandilla. —Sólo sigo queriendo ver si ella seguirá allí, solo... estoy esperando el día en el que haya... pasado, cuando haya seguido adelante.
Se ríe un poco. —No vas a estar espontáneamente en el pasado.
—¿Y qué hay sobre que el tiempo lo cura todo?
—El tiempo no hace ni mierda —Christina suspira, y por un momento se pone de puntillas sobre la barandilla como se atrevería a hacerlo un Osado. Pero entonces ella se hunde de nuevo en sus talones y me mira con severidad, y dice —lo que pasar para seguir adelante es que tienes que moverte.
+
Christina tiene razón. Voy mucho a la sede de Osadía, pero nunca al piso de abajo, solo a la sala del paisaje del miedo en el primer piso. Mis reservas de suero se están acabando. Solo tengo un siniestro puñado, solo un puñado de posibilidades para superar mis miedos antes de dejar de saber para siempre a lo que le tengo miedo. No sé por qué lo encuentro, en sí mismo, tan aterrador.
Tal vez es que solía sentir que no me conocía a mí mismo, y no quiero sentirme de esa manera otra vez. Pasé toda mi vida de esa manera, estando bajo el peso del gris de Abnegación, y no quiero volver. No quiero confiar en chispas de revelación para impulsarme hacia adelante. Quiero saber.
Todavía tengo cuatro miedos. Son diferentes de lo que eran cuando murió Tris, hace cinco años.
En el primero, vuelo alto por encima de la ciudad en un avión que se ha quedado sin combustible. Y caigo hacia el suelo, sin posibilidad de rescate.
En el segundo, estoy inmóvil cuando una fuerza oscura —normalmente con el rostro de David o Marcus— ataca a los que me importan.
El tercero, siento dolor y no hay alivio, todo lo que puedo hacer es soportar.
En el cuarto, ella muere.
No tiene sentido temer lo peor cuando lo peor ya ha pasado. La muerte no puede suceder dos veces, después de todo.
Fui yo quien le dije que lo que veía en las simulaciones no era su miedo literalmente enfrente de ella. Bueno, ¿Realmente le tienes miedo a los cuervos? Es algo más profundo, más simbólico. Sin embargo, es difícil no tomar mi cuarto miedo exactamente como es, con sus anchos ojos azules mirando hacia mí desde el suelo, su chispa se apagó.
+
Podría esperar el tren con los demás, de pie y con calma en la plataforma, esperando a que se detenga en una parada, sentado en uno de los asientos recién instalados como una persona normal. Pero no se siente bien para mí, nunca se sentirá bien otra vez.
En su lugar, tomo el largo paseo por las calles restauradas de Chicago, la ciudad que se niega a morir. Se quemó una vez, y lo reconstruyeron con ladrillo. Luego fue bombardeada con explosivos y balas, evacuada y poblada con cinco facciones. Entonces se separó otra vez, y somos responsables de su cuarta vida. Somos partes iguales de Abandonados y ex miembros de las facciones. Los desertores del departamento de Bienestar Genético y los migrantes de otras ciudades.
Decimos que ya no nos importa la pureza genética. De todos los lugares que reclaman tal cosa, este es quizás el lugar donde se acerca más a ser verdad. Pero aún recuerdo las imágenes de mi código genético que me hicieron darme cuenta de que estaba roto de alguna manera profunda y fundamental. No lo hice, como algunos otros lo hicieron, tatuándolo en mi cuerpo. Yo sólo hago eso por las cosas que quiero que recordar.
Dejo el camino limpio, tomando calles laterales en su lugar. Todavía están tan destrozadas y rotas como solían ser. Hormigón cayendo dando paso a las tuberías y respiraderos que forman la infraestructura de la ciudad, las cosas verdes que crecen en las grietas de la carretera, llegando arriba de la cintura. El sol se está poniendo y no hay luces aquí para parpadear y guiar el camino. Pongo mis manos en mis bolsillos y sigo caminando, confiando en la luz que se desvanece y en mi propia memoria para llegar allí.
Oigo una risa adelante, la risa familiar de Zeke.
Me observa desde lejos. Sus dientes son un destello de blanco en la oscuridad.
—¡Cuatro, ven aquí!
Lo saludo y me inclino hacia él. Las caras familiares se materializan a mi alrededor: Shauna, de pie en posición vertical con la ayuda del implante espinal y de apoyo para las piernas; Christina como toda una completa Osada, su cabello envuelto en un paño negro y tímidamente al borde del grupo, Caleb Prior.
No lo miro y me pregunto por qué está vivo cuando ella no. De todos modos, no es momento para ese tipo de preguntas. En su mayor parte, parece decidido a evitarme, y eso nos conviene a ambos. Él asiente a mí, y yo asiento de nuevo, y si ambos somos afortunados, ese será el final.
—Simplemente me quejaba de los reclutas de este año para la fuerza de mantenimiento de la paz —dice Christina.
—¿De nuevo? —pregunto.
—Es lo mismo cada año —Shauna responde.
—Al parecer no están coordinados y son ruidosos.
—Reclutas ruidosos—sonrío— sí, como si tú no supieras nada de eso, Chris.
—Puede que yo haya sido ruidosa, pero nunca fui tan estúpida —dice Christina, golpeándome en el pecho con un dedo—. Le agarro el dedo y doy la vuelta, intentando empujarla. No es tan fácil como pensé que sería.
—Además —dice, liberando su mano de mí con una sonrisa —esto no es tan difícil como la Iniciación de Osadía, no saben lo bueno que lo tienen.
—Eso es bueno —le recuerda Shauna—. No queremos que la gente sepa lo que es crecer en una facción, no se les puede culpar por no saber algo que no queremos que ellos sepan.
—Puedo culparlos por lo que quiera —dice Christina con una sonrisa astuta.
Caminamos hacia La Fosa, que está iluminada cálida y brillante todo el camino hasta el piso superior.
—¿Con quien más nos quedamos de ver, esta vez? —dice Zeke.
—Cara trae a Matthew, Nita no puede venir...
—¿Cara?—pregunto. —Pensé que aún estaba en Fila... dels... burg.
—Filadelfia —Caleb me corrige en voz baja, probablemente de manera automática para él sin embargo, me le quedo viendo.
No he visto a Cara en más de un año. Ha estado viajando, hablando con personas importantes sobre el desarrollo que ella y Matthew han hecho en su laboratorio. No sabía que había vuelto.
Entramos en el vestíbulo con el piso hecho de vidrio. Por un momento miro fijamente, hacia abajo, en el Abismo. El Abismo solía ser un lugar donde guardaba recuerdos, malos, de cadáveres sacados del agua y buenos, de reírse en las rocas con Zeke y Shauna. Pero ahora alguien ha borrado la pintura que los Osados salpicaron por todas partes, hace años, para cubrir las cámaras. Y ha puesto cadenas de bombillas brillantes en línea recta a lo largo de los caminos para iluminarlos. Parece, por primera vez... bonito.
Me duele el pecho. Al menos cuando recuerdo este lugar, era mío. ¿Pero ahora? Este espacio brillante y alegre es de otra persona.
—¡Tobias! —Matthew me golpea en el hombro. Él está sosteniendo una taza de algo oscuro y fuerte, puedo olerlo desde donde estoy. Sus ojos se clavan en los míos. —No te he visto en un tiempo, he oído que dejaste el juego de la política.
—Sí, algo así —le respondo—. No fue exactamente lo que esperaba. Es decir, tengo que ser encantador en todo momento.
—Encantador y un poco mentiroso —dice con simpatía. —Deberías hablar con Cara sobre eso, es una fuente de frustración interminable para ella.
—¿Dónde está? —le pregunto.
Pero justo cuando estoy terminando mi pregunta, veo una cabeza emerger de la escotilla en el piso que se abre al Abismo. Su cabello se ha vuelto de color rubio más oscuro con el tiempo, lo tiene alrededor de su cara. Su boca se encrespa en una sonrisa al vernos.
Ella me abraza brevemente, y cuando su blusa se aleja de su hombro, veo la esquina de un tatuaje. Una doble hélice rota, una señal de que era de los dañados.
—No estaba segura de si te vería —me dice.
—No estaba seguro sobre si iba a venir o no —le digo. —¿Cómo estuvo Filadelfia?
—¡Recuerdas el nombre de la ciudad!—ella sonríe. —Sabía que un día te interesaría la geografía, ahora hay mapas disponibles.
—Tengo que admitirlo, lo llamé Philadelsburg —digo. —Caleb me corrigió.
Ella se ríe.
—Philadelsburg fue bueno, pero ¿te contó Matthew las noticias?
Niego con la cabeza.
—Por supuesto que no— ella lo mira.
—¡Estaba apunto de hacerlo!—dice Matthew.
—Claro —ella responde. —Bueno, nos vamos a casar, esas son las noticias.
—Felicidades— digo, y más porque sé que espera y porque es cómodo. Cada uno de ellos se abraza con un solo brazo. —Ya es hora—digo mientras me alejo.
—¿Ya es hora para qué?—pregunta Christina desde algún lugar detrás de mí.
Finalmente miro alrededor. La multitud reunida en el fondo de la Fosa, cerca del borde del Abismo, es densa y multicolor, como nunca antes lo había visto. Y la gente, vieja y joven, acuñan tazas a sus pechos y hablan. Mis ojos todavía buscan divisiones de facciones incluso ahora, pero no encuentro ninguna, ni siquiera en mí, mi camisa es blanca de Verdad, mis pantalones vaqueros azules de Erudición y mis zapatos son negros de Osadía.
Ahora somos personas.
Partes del comedor, incluso paredes enteras, están despojadas de lo que recuerdo, pero ordenadamente. Después de recuperar la ciudad del Departamento, hubo una ola de saqueos y robo, y algunos grupos incitaron a todos a quemar cualquier cosa relacionada con las facciones cualquiera que pudieran tener a su alcance. No llegaron muchos al complejo de Osadía, dado a que es un lugar peligroso pero estoy seguro de que otros sí lo hicieron.
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Partes del comedor, incluso paredes enteras, están despojadas de lo que recuerdo, pero ordenadamente. Después de recuperar la ciudad del Departamento, hubo una ola de saqueos y robo, y algunos grupos incitaron a todos a quemar cualquier cosa relacionada con las facciones cualquiera que pudieran tener a su alcance. No llegaron muchos al complejo de Osadía, dado a que es un lugar peligroso pero estoy seguro de que otros sí lo hicieron.
Ahora se cree que algunas cosas deben de ser preservadas. No estoy muy seguro de como sentirme con eso.
Nos sentamos alrededor de una mesa en medio de la habitación. Las conversaciones hacen eco en las paredes, haciendo ruido en mi cabeza. Zeke y Shauna se pelean por algo, quién dijo qué y cuándo, pero hay un sonrisa en la boca de Zeke que significa que no lo toma en serio. Matthew, Caleb y Cara están conversando profundamente. Christina se sienta hacia atrás en su silla para hablar con sus padres, que están detrás de ella.
Unas manos se cierran sobre mis hombros y me pongo tenso, suprimo la necesidad de girar, agarrar y empujar. No estoy en peligro, me digo a mí mismo. Ya no.
—Lo siento— dice mi madre, quitando las manos. —Debo hacerlo mejor.
Me volteo hacia Evelyn. Se ve bien para su edad, pero se le nota en las líneas alrededor de sus ojos y boca, y en las rayas grises que se ensanchan en su cabello. Vive en la ciudad ahora, trabajando en el transporte, está calificada para el puesto, gracias a muchos años de seguimiento de los trenes de la ciudad con los Abandonados. Puedo decir que le aburre, pero es bastante eficiente.
—Hace tiempo que no te veo —dice. —¿Te has sentido bien?
—Sí.
Ella me mira dudosa pero, en realidad, estoy bien. Simplemente ha sido difícil para mí estar cerca de la gente y no estoy seguro de cómo explicárselo.
—Simplemente no me siento bien al estar aquí. Todo está tan limpio, como en un museo—le digo.
Exactamente lo que es ahora. La restauración del complejo de Osadía se completó hace unos meses y la ciudad ofreció tours a los viajeros para enseñarles sobre el experimento de las facciones, sus resultados y sus secuelas. Es un intento, sospecho, de combatir un enfoque tan estrecho sobre la pureza genética. Tomará por lo menos algunas generaciones para ver cualquier tipo de cambio, pero estamos esperanzados. O, debería decir, están esperanzados, ya que ya no estoy haciendo mi viejo trabajo.
Miro a Johanna por encima del hombro de mi madre, alzando una taza de algo contra su pecho. Ella todavía está en la oficina elegida, supervisando nuestra ciudad. Tiene las agallas y yo no. Siempre me llamaba para hablar con gente de fuera de la ciudad y me enfadé al primer indicio de su juicio, de su escrutinio. Esa no es la manera de hacer las cosas, me dijo, y yo estuve de acuerdo, pero no pude escapar de la persona que era. Que yo soy.
Así que ahora mi enfoque es más pequeño. Arreglé las calles, los faroles, los edificios. Coloqué a los refugiados de otros lugares en viviendas permanentes, asegurándome de que tienen calor y agua limpia. Cosas simples.
Johanna siente mis ojos en ella, y ella se vuelve, mostrándome el lado cicatrizado de su cara, expuesto ahora que ella lleva el pelo corto. Ella sonríe un poco, y yo asiento de nuevo.
—Johanna me dijo que estás trabajando en proyectos de mejora de la ciudad —me dice Evelyn.
—Lo estoy—le digo.
—Ese es un trabajo de Abnegación—dice Evelyn.—¿Estás seguro de que eso es lo que quieres?
—La abnegación era lo que tú no querías, no lo que yo no quería—le digo.
Mi madre toca mi cara.
—Sabes que quiero lo mejor para ti, ¿verdad?— me dice. Es algo extraño que pensar.
—Por supuesto.—No es algo que podría haber dicho hace años, pero lo creo ahora.
—¿Entonces sabes que Tris querría lo mejor para ti?—su boca se tuerce en una mueca.
Mi intestino se aprieta como si fuera una cuerda y la jalaran fuerte. Estoy cansado de que la gente me diga cosas sin sentido y fingir que son las que ella quería.
—No la conocías, no puedes decir eso.
Ella le quita la mano.
—Nunca digo las cosas correctas contigo, ¿verdad?
Lo dice como si fuera mi culpa.
—Ese es el problema, crees que hay algo correcto que decir cuando no lo hay —le respondo.
Hay que darle su crédito por no querer discutir eso. Hace un par de años, podría haberlo hecho. Siempre estaba dispuesta a pelear, pero ahora piensa en mis palabras. Veo cómo las mastica.
—Bien —dice ella, lo mismo que dice siempre cuando decide que tengo razón. —Pero a veces, eres muy duro conmigo.
—Está bien— suspiro.
Miro a Christina, que está hablando en voz baja con su padre, y está frunciendo el ceño. Al menos no soy el único que todavía lucha con sus padres.
Me pongo de pie, he perdido el apetito ante la extrañeza de este lugar, una vez fue familiar. Dejé que Evelyn me diera en un abrazo, e incluso la abracé, ya no estoy dispuesto a separarme de nadie aunque me preocupa la tensión que hay aún entre nosotros. La gente se pierde demasiado fácilmente.
Digo que voy a dar un paseo, y salgo del comedor para caminar a lo largo de la barandilla que una vez nos mantuvo separados del agua corriendo en el Abismo. Ahora solo nos impide caer en las rocas. Echo de menos el rocío del agua y el sonido de su rugido. Pero hay un beneficio en la tranquilidad, supongo... oigo a Christina cuando me llama.
—¿Evelyn te atacó de nuevo?—Me pregunta mientras intenta alcanzarme.
—Yo me sentí en esa vieja película de alces luchadores— le digo.—Dos cosas tercas, de cuernos que chocan una y otra vez, eso es lo que Evelyn y yo somos.
—¿Todavía estás viendo los videos de los animales?—Ella ríe.—¿En qué estás ahora, gusanos, caracoles?
—Pájaros—respondo. —¿Sabías que los albatros siempre se estrellan en la tierra? Son demasiado grandes para aterrizar con gracia, por lo que sólo chocan con el suelo.
—Siento que has desprendido algo útil de mi cerebro y fue remplazado con un hecho sobre un pájaro que probablemente nunca veré—dice ella. —Hay un lugar que quiero visitar.
—Si estás a punto de llevar al dormitorio de los transferidos, no voy a ir.
Ella se estremece.
—Claro, porque todo lo que quiero es volver al lugar en donde vi a un hombre perder un ojo. No, vamos a otro lugar.
La sigo sin preguntar a dónde.
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Caminamos por el largo y oscuro corredor hacia la red, lado a lado. A veces nuestros nudillos se chocan cuando nuestros brazos oscilan en direcciones opuestas, normalmente me separaría pero, esta vez, no lo hago.
Estamos frente a la plataforma donde una vez me puse a ayudar a los iniciados de Osadía para iniciar sus nuevas vidas. Recuerdo que extendí mi mano hacia la pequeña y pálida mano de Tris, apretando mi pulgar alrededor del suyo, atrayéndola hacia la estabilidad. Pienso en sus ojos brillantes, llenos de adrenalina. La pequeña, la Estirada así como Eric solía llamarla.
Estaba demasiado ocupado anunciando su nombre a los otros de Osadía como para ayudar a Christina a salir de la red. Pero por primera vez en mucho tiempo, cuando repaso ese recuerdo en mi mente, también pienso en Christina.
—Gritaste todo el tiempo— le digo y ella ríe.
—Demonios, sí, grité todo el camino. Salté de un edificio, ¿te das cuenta de lo ridículo qué es eso?
—Lo hago—sonrío un poco. —Ni si quiera estaba cerca del primer saltador, ya sabes, me aterrorizan las alturas.
—Alturas—ella asiente y toma la escalera con la mano, sube a la plataforma.—¿Qué más, si no te importa que te lo pregunte?
La sigo por las escaleras.
—Los espacios cerrados, convertirme en un monstruo y mi padre.
La expresión de su boca es sombría.
—Bueno, ya sabes todo de mí gracias a la Iniciación.
Me estiro sobre la tubería de metal que sostiene la red y caigo hacia el centro de la red. Ella hace lo mismo, y cae a mi derecha, golpeándome en la espalda con su rodilla. Gimo, y ríe como disculpa, trepando por en medio.
Nos acostados uno al lado del otro, mirando al cielo. Es demasiado brillante la ciudad ahora para ver muchas estrellas, pero el cielo en sí es de un agradable azul profundo y la luna es brillante, creciente y delgada. Los edificios doblan en el agujero que estamos mirando a través como centinelas en los bordes de mi visión.
—Todo el mundo ha seguido adelante con sus vidas—dice.— Ya sabes, ¿escuchaste hablar a Zeke y Shauna sobre intentar tener un niño? Cara y Matthew se están casando, Caleb tiene un loco proyecto con el que puede estar casado... y yo todavía estoy entrenando a la estúpida fuerza de seguridad.
—¿No te gusta?
—Me gusta—ella dice.—Pero siento que no me lleva a ninguna parte.
—Sí—respondo y estoy sorprendido por lo mucho que entiendo lo que está diciendo.—Yo también, en realidad.
—Pensé que podría—dice.—Eso es lo que mi papá y yo estábamos discutiendo, él quiere que yo salga de la ciudad y viajar, no creo que él entienda lo diferente que está ahí fuera para nosotros, lo extraño que todo se siente. Él no quiere dejar esto, así que ¿por qué yo debería?
—Probablemente está preocupado por ti. Preocupado de que no aproveches todo tu potencial o algo así.
—¿Eso es lo que te decía Evelyn?
—Algo así—hago una mueca.—Ella dijo algo como "esto no es lo que Tris querría para ti".
Christina gesticula ruidosamente.
—Como si ella hubiera sabido eso—dice y me río porque es tan perfecto que digamos lo mismo de mi madre, he hablado bastante de ella con Christina, le conté toda la historia de cómo escapó de Abnegación y me dejó con mi padre y luego volvió a mi vida después de que yo eligiera Osadía, a lo que Christina reaccionó con lenguaje obsceno, escupiendo veneno.
—No creo que sepa lo que Tris habría querido para mí—respondo cuando mi risa se tranquilizó.
—¿Quieres saber lo que pienso?—dice Christina, y nuestros ojos se cruzan cuando los dos nos miramos de reojo y con esta luz, sus ojos son tan oscuros que parecen negros y con algo de paz en ellos.
Asiento con la cabeza.
—Creo que ella quería que estuvieras con Tris—dice Christina. —Tris quería vivir y ella lo quería para ti, ella siempre deseaba lo mejor para todos. Si Tris estuviera aquí, ella así lo hubiera querido pero no está para querer cosas.
—¿Estás diciendo que no importa lo que ella hubiera querido?— le respondo, de manera tensa. Lo pregunto como si fuera un reclamo.
—Estoy diciendo que ella no está aquí para querer cosas. Quiero decir, tal vez ella no está en ninguna parte, o tal vez está... en otro lugar, y si eso es verdad, realmente no veo a Tris como el tipo de persona que pasa todo su tiempo mirándonos con nostalgia y deseando cosas buenas para nosotros— dice Christina de manera firme, se sienta y me mira. —¿Cuántos años tenías cuando estuviste con ella?
—Dieciocho— respondo.
Ella lo repite lentamente. —Dieciocho— sacude la cabeza y mira hacia la luna.—Dieciocho es demasiado pronto para pensar que no puedes tener nada más que sea bueno, Tobías, demasiado joven para no ensuciar todo una y otra vez, o... sanar, era demasiado pronto y eras demasiado joven también... —se aleja.—Eres demasiado bueno para no vivir tu propia vida.
Resopla y se acuesta de nuevo. Nuestros hombros se tocan. Nuestros brazos se tocan. Cierro mis ojos.
Sus brillantes ojos azules siguen ahí, mirándome desde mi memoria. "Dile que no quería dejarlo", era el mensaje que Tris le había dicho a Caleb que me dijera. Sus últimas palabras para mí: ella no quería marcharse. Sé que Christina tiene razón, no es fácil responder y no es "lo que ella hubiera querido" porque sé lo que ella quería y ninguno lo consiguió. Así que "él hubiera querido" es irrelevante.
Ella me amaba, yo la amo. Y ella murió, pero yo no lo hice. No lo hice.
—Lo siento— dice Christina. —Te eché todo un discurso, ¿verdad?
—Lo hiciste, pero no lo lamentes.
Los dedos de Christina se mueven, sus dedos índice y medio se enganchan alrededor de los míos. Su agarre es fuerte y cálido. Su piel oscura, perfecta, contrasta con la mía.
—¿Esta bien?—pregunta sin mirarme.
—Sí—digo ignorando la chispa de algo que se apaga dentro de mí. Mantengo los ojos cerrados.
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—Ven a entrenar mañana, ¿de acuerdo? Será divertido. Lo prometo.
Eso fue lo que dijo Christina cuando la acompañé a casa ayer. Salimos de la red, helados por el aire de la noche y nos dirigimos a las vías del tren para seguir adelante con algunos de los otros. Esperamos hasta que el tren se detuvo, caminamos con calma y nos quedamos colgados de la barandilla para mantener el equilibrio en vez de sentarnos, porque ¿quién se sienta en un tren?
Le dije que no quería volver a enseñar a los soldados y me dijo que sería sólo una vez, por como en los viejos tiempos. Sus ojos estaban fijos en los míos, ella estaba cerca y olía a salvia. Un pequeño rizo había escapado del paño que había atado alrededor de su cabello y colgaba justo sobre su pómulo. No la abracé porque de alguna manera se sentía peligroso.
Pero aquí estoy de todos modos, suspirando mientras espero en la puerta para que mi coraje aparezca. Finalmente decido que vendrá si hago algo, así que abro la puerta y entro. El aire huele a sudor, a zapatos y a serrín. La fuerza de seguridad entrena en uno de los almacenes de los sin facción, pero el piso está cubierto con alfombras y algún tipo de material elástico, y hay luces en todas partes.
Christina está demostrando una maniobra en uno de los nuevos "reclutas ruidosos", como ella los llamó. Ella le dice que la empuje, luego se desplaza a un lado, agarrando su brazo justo debajo de la axila y moviéndose para que él se vea forzado a caer sobre sus rodillas. Ella ha crecido mucho desde la última vez que la vi hacer algo como eso y se mueve con un poco más de gracia, con mucho más certeza.
Ella levanta la vista, me ve y sonríe.
Vendo mis manos y me pongo a calentar con una de las pesadas bolsas, hasta que siento sudor entre mis hombros. Se siente bien, fácil. Así que cuando ella golpea mi hombro y me pide que muestre cómo se hace la técnica correcta, yo digo que sí.
Es como bajarme a una corriente. El agua me lleva, y yo soy un instructor de Osadía de nuevo, girando los ojos cuando alguien se olvida de mantener la guardia o mirar antes de codear el cojín para que el codo y el brazo de su pareja den en su lugar. Observen, les digo, y se hacen más pequeños.
—Prepárense y actúen cuando estén preparados—les dice, y yo asiento.
—Él fue mi maestro alguna vez, ¿lo sabías? —dice Christina a una de las chicas más pequeñas.—Y si crees que soy dura contigo, no sabes lo pesado que puede llegar a ser.
—La gran boca de los veraces—digo.
—Así es—responde.
La sesión termina y los aprendices se van, sólo quedamos ella y yo, estirándonos y bebiendo agua de la misma botella.
—Hablaste de ellos como si fueran pequeños tornados—digo— no son tan malos. Creo que sólo querías compasión.
—Los viste en un buen día—dice.
—Pobrecita, "soy Christina y tengo que enseñar cosas a la gente"— le digo, imitándola a ella".—Háblame después de que hayas intentado entrenar a los voluntarios al amanecer.
—Cállate—y me golpea con una venda sudorosa de la mano.
—Eso estaba mojado— le digo.
Sus ojos brillan de risa. Ella pone la venda en su mano y me la pone en la mejilla. Le golpeo la mano y ella agarra la mía, luego estamos juntos, compartiendo el aire, las manos juntas, nuestras rodillas se tocan, ambos estamos sonriendo.
Su sonrisa desaparece. Nuestras manos se separan. Pero en vez de alejarme, le toco la mandíbula, le paso el pulgar por la mejilla. Su piel está salpicada de sudor, y mi mano todavía está envuelta en tela negra, pero lo siento... todo.
Su sonrisa desaparece. Nuestras manos se separan. Pero en vez de alejarme, le toco la mandíbula, le paso el pulgar por la mejilla. Su piel está salpicada de sudor, y mi mano todavía está envuelta en tela negra, pero lo siento... todo.
—Esto no es una especie de... experimento, ¿verdad?— ella dice. —¿Para ver si puedes moverte?
—No, es... estoy... estoy... moviéndome finalmente— digo.
—Oh—ella responde.
Toco sus labios con mis labios. Es rápido, cauteloso y no creo que ella respirara en ese tiempo. Yo sé que no.
—¿Está bien?—le pregunto.
Ella pone una mano sobre mi muñeca, me tira hacia ella y sonríe. Nuestras frentes chocan.
—Sí—ella dice—lo está.
Esta vez, cuando nuestros labios se encuentran, es suave y lento. Sabe salado. Sus dedos se enganchan en mi camisa. Y me pone en el tapete.
Discutimos todo el tiempo. Sobre todo por de quién es el turno de lavar los platos, sobre el nombre del hijo de Zeke y Shauna, no queda ninguno de los que decimos, sobre lo mucho que me meto en los proyectos de mejoras de la ciudad y en lo malhumorada que es cuando vuelve del trabajo algunos días.
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Discutimos todo el tiempo. Sobre todo por de quién es el turno de lavar los platos, sobre el nombre del hijo de Zeke y Shauna, no queda ninguno de los que decimos, sobre lo mucho que me meto en los proyectos de mejoras de la ciudad y en lo malhumorada que es cuando vuelve del trabajo algunos días.
Todavía sueño con Tris, a veces. Incluso sueño con su muerte. Le cuento a Christina al respecto, y no lo toma personalmente, sobre todo, a menos que esté cansada o preocupada por algo. Mi escondite del suero del paisaje del miedo va ha permanecido intacto por tanto tiempo que terminé regalándoselo a Cara para jugar con él.
Hablamos de Will, Tris, y de las vidas que teníamos, y lo asustados que estamos, a veces, cuando alguien nos asusta, o sobre que se parece mucho Jeanine a Marcus o Max. Me despierta en medio de la noche su llanto mientras recuerda haber salvado a Héctor sobre el borde del tejado solo para darse cuenta de que Marlene estaba rota en el suelo. Ella se despierta peor que yo.
Nos reímos todo el tiempo. A veces sólo por una mirada, o una palabra. Ella habla en voces extrañas, imitándome, o a sus compañeros de trabajo, o a los pájaros que vemos en los videos de de mi apartamento. Me hace reír hasta que estoy débil con ella, relajado contra los cojines del sofá con las manos enroscadas, inútil.
Ella es a la primera que le digo cuando algo va bien, o cuando algo va mal. O cuando algo sale y punto.
Ella me dijo, una vez, que guarda un frasco de suero de memoria en su gabinete de baño, para recordarle lo que casi perdió, cuando casi me perdí.
Trabajamos y soñamos. Luchamos, nos reímos y nos enamoramos. Nos movemos.
Y nos sanamos.