Las mejores frases | La hoja roja, de Miguel Delibes


  • Por tercera vez en la vida el viejo Eloy se erigía esta noche en protagonista de algo.
  • La jubilación era la antesala de la muerte.
  • Como a través de una niebla oía hablar a su derecha de los platillos volantes y a su izquierda de una revisión de sueldos y jornales
  • En casos así, lo oportuno es dejar hablar al corazón.
  • —Puede que Vázquez exagerase —dijo—, pero de todas maneras a mí me ha salido la hoja roja en el librillo de papel de fumar, eso es.
  • Ocurría, simplemente, que donde no hay no se puede sacar.
  • «Los viejos vivimos del aire, hija, no te preocupes».
  • La maravillaba la extraña capacidad del hombre para atrapar las palabras y fijarlas indefinidamente en un papel.
  • «Daría dos dedos de la mano por aprender a leer, ya ve».
  • Uno se enfría, no cuando hace frío sino cuando teme que va a enfriarse, porque el enfriamiento no era problema de temperatura, sino, como todas las cosas, problema de sugestión.
  • De joven soñó con la jubilación y ahora, de jubilado, soñaba con la juventud.
  • El tiempo le sobraba de todas partes como unas ropas demasiado holgadas e imaginó que tal vez sus paseos vespertinos con Isaías terminarían por ceñir las horas a su medida.
  • No se consideraba viejo y decía fustigando el aire con su bastoncito: «Andando poquito a poco».
  • «Usted siempre en medio como el miércoles».
  • El viejo había de meterse dentro del fuego para reaccionar.
  • Si cerraba los ojos, era como si aventase los últimos doce lustros de su vida.
  • Alguna noche, si veía abrirse el cielo con la estela de una estrella, decía para sí con gran fervor: ¡Que me quiera el Picaza!
  • Su relación estaba hecha de silencios y acuerdos tácitos.
  • Los árboles, sacudidos por el viento, semejaban una zarabanda de esqueletos sobre una brillante alfombra de hojas amarillas.
  • La vida en la pequeña ciudad se resumió en sí misma, como el caracol en su concha, aguardando mejor circunstancia para renacer.
  • La vida es una sala de espera y que como en las salas de espera hay en la vida quien va de la Ceca a la Meca para aturdirse y olvidarse de que está esperando.
  • Un día se le ocurrió que los viejos se ponen al sol porque ya llevan el frío de la muerte dentro.
  • Una de las cosas a olvidar era, por ejemplo, el asunto de las fotografías; otra, el perdido calor de la Corporación; otra más, la hoja roja del librillo de papel de fumar.
  • Mandaba en todo menos en el destino.
  • Las campanas empezaron a dialogar vivamente por encima de los tejados brillantes de escarcha.
  • «Lo quiera o no, me ha salido la hoja roja en el librillo de papel de fumar. Es un aviso».
  • «Eloy, no es lo mismo decirle a una mujer “vida mía” que “mi vida”».
  • —¿Quién va deprisa, señorito?
    —Todos, hija; parece como que tuvieran miedo de no llegar.
  • Argimiro veía la paja en el ojo ajeno y no veía la viga en el suyo.
  • Si no se anda con ojo, se va a encontrar con lo que no busca.
  • «Él ve algo y a mí no me oye. Lo que Isaías vea ahora está del otro lado».
  • La vida era un soplo, pero que los hombres se llenaban de codicia como si hubieran de ser eternos.
  • Le oprimía el olor de la carbonilla que ella identificaba con los adioses y las separaciones.
  • La vida era una sala de espera y que todos andamos aguardando, intentando distraernos, y no atendemos cada vez que dicen: «¡El siguiente!», porque nos asusta pensar que un día el siguiente seremos nosotros.
  • El tiempo se va sin sentir, ni te das cuenta.
  • Puesta en pie, miró dócilmente al viejo, que también se había levantado, y sus ojos se llenaron de agua. Dijo apenas con un hilo de voz:
    —Como usted mande, señorito.
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