- En un lejano juego de dimensiones de segunda mano, en un plano astral ligeramente combado, las ondulantes nieblas estelares fluctúan y se separan.
- Con unos ojos del tamaño de mares, encostrados de lágrimas reumáticas y polvo de asteroides, Él contempla fijamente el Destino.
- Los cuatro elefantes gigantes sobre cuyos lomos y amplios hombros bronceados por las estrellas descansa el disco del mundo.
- Las llamas se tornaban azules y verdes, salpicadas incluso con chispas del octavo color, el octarino.
- Una columna negra esculpida por el viento, que se podía divisar desde todo el Mundodisco.
- No te preocupes; cuando lo supere, tendré tiempo de asustarme convenientemente de ti.
- Casi pudo oír las letras encajando una a una en su sitio.
- —¿Cómo puede un libro contar a un hombre lo que debe decir?
- La Universidad Invisible, cuyo campus trascendía el espacio y el tiempo, y nunca estaba exactamente Aquí o Allá.
- Es el libro, ¿sabéis? Le cuenta lo que tiene que decir. Magia.
- «Y después me buscaré un trabajo de malabarista en el infierno, para hacer equilibrios con bolas de nieve»
- La codicia le movía con tanta suavidad como si se transportase sobre ruedecitas. El baúl estaba abierto.
- En alguna parte, tenía que haber algo mejor que la magia. Y a menudo sufría decepciones.
- ¡Cada vez que me muevo, esta maldita caja me enseña las bisagras!
- Imaginó cómo se sentiría un zorro enfrentado a un rebaño de ovejas furiosas. Unas ovejas que, además, podían contratar a lobos.
- Aquellos que son sensibles a la radiación del octarino —el octavo color, el Pigmento de la Imaginación— pueden ver cosas que resultan invisibles para los demás.
- Tenía que ser la Muerte. Nadie más iría por ahí con las cuencas de los ojos vacías, claro. Y la guadaña que llevaba al hombro era otra pista.
- Noche cambió por efectivo sus fichas, suplicando una cita con Destino.
- Dosflores era un turista, el primero del Mundodisco. Según decidió Rincewind, turista significaba «imbécil».
- Se suponía que las dríadas habían muerto junto con los gnomos y las hadas.
- Parecía la astilla de un grito atrapada en un largo espacio de tiempo.
- Una voz que era como un cuchillo cortando seda.
- —Bajo un manzano, encuentras manzanas —dijo—. Bajo un altar, encuentras tesoros.
- El aire crepitaba, brillaba y susurraba. Brisas intangibles ciñeron la túnica del mago, la agitaron y le arrancaron remolinos de chispas azules y verdes.
- Lo que más les gusta a los héroes son ellos mismos.
- Es temido y odiado pese a ser el único amigo del pobre y el mejor médico para el mortalmente herido.
- La magia nunca muere, solo desaparece.
- Entre las nieblas del dolor y el miedo, miró de nuevo al dragón.
- Cerrar los ojos no servía de gran cosa, porque así dejaba rienda suelta a la imaginación.
- —Tú mismo eres tu peor enemigo, Rincewind —señaló filosóficamente la espada.
- ¿Dónde..—se detuvieron frente a otra puerta— está mi… —abrieron la puerta— equipaje?
- En la oscuridad insondable, daba la impresión de ser descomunal. Sintió que el aire se movía.
- —¿Quieres decir que apareciste porque pensé en ti?
«Sí.»
—¿Fue cosa de magia?
«Sí.»
—¡Pero si me he pasado toda la vida pensando en dragones!
- Era el octarino, el color de la magia. Estaba vivo, brillante y vibrante. Y era, sin discusiones, el pigmento de la imaginación.
- Una rana transformada en rana por arte de magia. No me lo puedo creer.
- Toda la Creación estaba esperando que Rincewind cayera.
Y lo hizo.
No parecía tener otra alternativa.