- Yo entonces tenía treinta y siete años y me encontraba a bordo de un Boeing 747. El gigantesco avión había iniciado el descenso atravesando unos espesos nubarrones y ahora se disponía a aterrizar en el aeropuerto de Hamburgo.
- Era una interpretación ramplona de Norwegian Wood de los Beatles. La melodía me conmovió, como siempre.
- Alcé la cabeza, contemplé las nubes oscuras que cubrían el Mar del Norte, pensé en la infinidad de cosas que había perdido en el curso de mi vida. Pensé en el tiempo perdido, en las personas que habían muerto, en las que me habían abandonado, en los sentimientos que jamás volverían.
- Tal vez porque Naoko y yo solíamos andar el uno al lado del otro. Por eso el perfil es lo que primero emerge en mi recuerdo. Después ella se vuelve hacia mí, me sonríe, ladea la cabeza, me habla y me mira fijamente a los ojos. Tal vez esperaba ver en ellos el rastro de un pececillo que cruzaba, veloz como una centella, el fondo de un manantial de aguas cristalinas.
- Hay un pozo muy hondo por alguna parte. Pero nadie sabe encontrarlo. Si alguien se cae dentro, está perdido.
- Así que ten cuidado y no te apartes del camino.
–No temas. No lo haré.
Naoko sacó la mano izquierda del bolsillo y agarró la mía. - Ella posó sus manos sobre mis hombros y se quedó mirándome fijamente. En el fondo de sus pupilas, un líquido negrísimo y espeso dibujaba una extraña espiral. Las pupilas permanecieron largo tiempo clavadas en mí. Después se puso de puntillas y acercó su mejilla a la mía. Fue un gesto tan cálido y dulce que mi corazón dejó de latir por un instante.
- Con la punta del zapato hice rodar los restos de las cigarras y unas piñas, contemplé el cielo a través de las ramas de los pinos.
- Al escribir así, persiguiendo mis recuerdos, a menudo me asalta una inseguridad terrible. ¿No estaré olvidando la parte más importante?
- «¿Te acordarás siempre de que existo y de que he estado a tu lado?».
- Si te haces a la idea de que no tienes más remedio que estar allí, puedes ir tirando. De eso se trata.
- Siempre que una parte de mí encuentra la palabra adecuada, la otra parte no puede alcanzarla.
- Necesitaba empezar una nueva vida en un lugar donde no me conociera nadie.
- «La muerte no existe en contraposición a la vida sino como parte de ella».
- «Algún día la muerte nos tomará de la mano. Pero hasta el día en que nos atrape nos veremos libres de ella.» Yo pensaba así. Me parecía un razonamiento lógico. La vida está en esta orilla; la muerte, en la otra. Nosotros estamos aquí, y no allí.
- Aquella noche de mayo, cuando la muerte se llevó a Kizuki a sus diecisiete años, se llevó una parte de mí.
- Estaba en la plenitud de la vida y todo giraba en torno a la muerte.
- –Tal vez mi corazón esté recubierto por una coraza y sea imposible atravesarla –le dije–. Por eso no puedo querer a nadie.
- Analizaba mis sentimientos absorto en las motas de luz que brillaban suspendidas en el aire silencioso.
- Así pues, no tenía este punto en común con los demás, y leía mis libros a solas y en silencio. Los releía y cerraba los ojos y me llenaban de su aroma. Sólo aspirando la fragancia de un libro, tocando sus páginas, me sentía feliz.
- Leía muchísimo más que yo, pero tenía por principio no adentrarse en una obra hasta que hubieran transcurrido treinta años de la muerte del autor. «Sólo me fío de estos libros», decía.
–No es que no crea en la literatura contemporánea, pero no quiero perder un tiempo precioso leyendo libros que no hayan sido bautizados por el paso del tiempo. ¿Sabes?, la vida es corta. - No acababa de hacerme a la idea de que ella cumpliera veinte años. Me daba la impresión de que lo normal sería que, tanto ella como yo, viviéramos eternamente entre los dieciocho y diecinueve años.
- «Hay muchas cosas que no entiendo todavía, pero estoy tratando de comprenderlas. Necesito tiempo. No tengo la más remota idea de dónde estaré llegado ese momento. Por eso no puedo decirte palabras bonitas prometiéndote o pidiéndote nada. Todavía nos conocemos poco. Pero, si me das tiempo, haré lo imposible para que podamos conocernos mejor.
- Algo se hundió en mi interior y, sin nada que pudiera rellenar ese vacío, quedó un gran hueco en mi corazón.
- Una luna blanca casi llena flotaba en el cielo.
- Una oscuridad tan profunda que, tras apagar la linterna de bolsillo, no me veía los pies siquiera. Y sobre el estanque de la esclusa volaban cientos de luciérnagas. Los destellos de luz se reflejaban en la superficie del agua como chispas ardientes. Cerré los ojos y me sumergí un momento en el recuerdo.
- El viento soplaba a nuestro alrededor. Las incontables hojas del olmo susurraban en la oscuridad.
- Aún después de que la luciérnaga hubiera desaparecido, el rastro de su luz permaneció largo tiempo en mi interior. Aquella pequeña llama, semejante a un alma que hubiese perdido su destino, siguió errando eternamente en la oscuridad de mis ojos cerrados.
- –A nadie le gusta la soledad. Pero no me interesa hacer amigos a cualquier precio.
- ¿Me esperaste mucho rato?
–No importa. A mí me sobra tiempo.
–¿Tanto tiempo tienes?
–Tengo tanto tiempo que hasta puedo darte un poco para que duermas. - –¿Todo eso lo aprendiste de un libro? –Me sorprendí.
- Hubo un incendio allí cerca y nosotros subimos al terrado del segundo piso para verlo, donde nos besamos sin más. Dicho de esta manera, suena estúpido, pero así fueron las cosas.
- «Conoceré a alguien que me quiera con toda su alma los trescientos sesenta y cinco días del año». Estaba en quinto o sexto curso de primaria cuando lo decidí.
–¡Qué fuerte! –exclamé admirado–. ¿Y lo has conseguido? - –Yo creo que el amor es eso. Pero nadie me comprende. –Midori sacudió la cabeza sobre mi hombro–. Para un cierto tipo de personas el amor surge con un pequeño detalle. Y, si no, no surge.
- Nos miramos a los ojos. Le rodeé los hombros con un brazo y la besé.
- Al contemplar los tejados brillantes de las casas, el humo y las libélulas rojas, había brotado entre nosotros un sentimiento cálido e íntimo que, de manera inconsciente, habíamos deseado materializar. Así fue nuestro beso. Sin embargo, era un beso que no estaba exento de peligro.
- Al leer las primeras líneas, sentí cómo el mundo circundante perdía sus colores.
- Si he dejado una herida en tu interior, esta herida no es sólo tuya, también es mía. Así que no me odies por ello.
- Lo mejor es la ayuda mutua. Como todos sabemos que somos imperfectos, intentamos ayudarnos los unos a los otros.
- –Quizá fuera se abra un mundo nuevo para ti. Puedes intentarlo.
- Hay dos tipos de personas: los que son capaces de abrir su corazón a los demás y los que no. Tú te cuentas entre los primeros. Puedes abrir tu corazón siempre y cuando quieras hacerlo.
–¿Y qué sucede cuando lo abres?
Reiko, con el cigarrillo entre los labios, juntó las palmas de las manos con aire divertido. –Que te curas –afirmó. - Abrazado a Naoko, sentí cómo se me caldeaba el corazón.
- «Mañana lloverá porque un oso polar se ha comido las estrellas».
- Como de costumbre, reinaba un profundo silencio; inmersos en aquella quietud y reunidos alrededor de la vela, parecíamos tres náufragos perdidos en los confines del mundo.
- –Cada vez que le pido que toque Norwegian Wood tengo que meter cien yenes –explicó Naoko–. Es mi canción preferida, así que le damos un trato especial. Ésta la pido de todo corazón.
- Bastaba con buscar la única ventana oscura con una pequeña luz temblando en el fondo de la habitación. Contemplé esa luz. Me recordaba el último hálito de vida de un cuerpo antes de abrasarse en las llamas. Quise taparla con mis manos y protegerla.
- Piensa bien en esto: si quieres cuidar de Naoko, cuídate antes a ti mismo.
- A su lado, tenía la sensación de que finalmente la vida volvía a pertenecerme.
- ¿Acaso iba a terminar mi vida por esto? La vida me reservaba un montón de cosas maravillosas que yo desconocía.
- La vida me parecía maravillosa. Me sentía como si hubiese sido rescatada de un mar de aguas frías y agitadas y me hubiesen acostado en un lecho, cálidamente arropada entre mantas.
- El humo ascendía en línea recta, desvaneciéndose entre las tinieblas. Me fijé en que el cielo estaba surcado de incontables estrellas.
- La miré, pero sus ojos no decían nada. Las pupilas tenían una transparencia inusitada; eran tan claras que parecía que, a través de ellas, podría verse el más allá. Por más que miré, no logré ver nada en sus profundidades. El rostro de Naoko quedaba a treinta centímetros del mío, aunque yo lo sentía a muchos años luz de distancia.
- –La mañana es la parte del día que más me gusta –dijo Naoko–. Todo parece que acabe de empezar. Por eso, cuando llega el mediodía, me siento triste. El atardecer es la parte del día que más detesto. Todos los días pienso lo mismo.
–Y, mientras tanto, todos nos hacemos mayores. Pensando si llega el día o cae la noche –comentó Reiko con expresión risueña–. - El cielo era de un penetrante azul y unas nubes blancas se difuminaban en lo alto del cielo como brochazos.
- La silueta de los pájaros volando se recortaba, nítida, en el azul del cielo. Entre la hierba florecían incontables flores blancas, azules y amarillas, y por todas partes se oía el zumbido de las abejas.
- El mundo cambia tan deprisa..., antes de que uno se dé cuenta.
- En este mundo hay a quien le gusta saber los horarios de los medios de transporte y se pasa el día comprobándolos. También hay quien hace barcos de un metro de largo encolando palillos. Por lo tanto, no es tan raro que haya por lo menos una persona que quiera entenderte, ¿no te parece?
–¿Como una especie de pasatiempo? –dijo Naoko divertida.
–Si quieres, puedes llamarlo así. En general, las personas lo llaman simpatía o amor, pero si tú quieres llamarlo pasatiempo puedes hacerlo. - Nos sentamos sobre la hierba seca del prado y nos abrazamos. Al sentarnos, nuestros cuerpos quedaron ocultos entre la hierba y no podíamos ver más que el cielo y las nubes. La tumbé despacio sobre la hierba y la abracé. Su cuerpo era ágil y cálido, sus manos recorrieron el mío. Nos besamos cariñosamente.
- –Es posible que nunca me recupere. ¿Me esperarías a pesar de todo? ¿Podrías esperarme diez, veinte años?
- –Lo que nos hace personas normales es saber que no somos normales –reflexionó Reiko.
- No son capaces de ir un paso más allá. ¿Por qué? Porque no se esfuerzan.
- “Aunque te cueste, cuéntamelo.”
- –Lloviendo de esta forma, tengo la sensación de que sólo estamos nosotros tres en el mundo –comentó Naoko–. ¡Ojalá continúe lloviendo eternamente y nos quedemos así para siempre!
- –Adiós –me susurró.
Escuchando el ruido de la lluvia, me sumí en un dulce sueño. - Si pudiera cambiar el curso de mi vida, haría que ése fuera mi primer beso. Sin dudarlo. Y viviría el resto de mi vida pensando: «¿Qué debe de estar haciendo ahora Watanabe, aquel chico que me dio mi primer beso una tarde en el terrado de mi casa? ¿Qué habrá sido de él ahora que ha cumplido cincuenta y ocho años?». ¿No te parece precioso?
- –¿No te encantaría dejarlo todo y marcharte a un lugar donde nadie te conociera?
- –Con una vez es suficiente. Pero piensa en mí, ¿quieres?
- ¿Por qué no entienden todavía de qué va el mundo? Hablar es muy fácil.
- Conforme la tarde avanzaba, la luz del exterior fue mudando a un color suave y otoñal. Una bandada de pájaros se acercó, se posó sobre los cables del tendido eléctrico y levantó el vuelo. Midori y yo nos sentamos en un rincón, uno junto al otro, y charlamos en voz baja.
- Es pensando en ti, por las mañanas, en la cama, como me decido a darme cuerda y a vivir un nuevo día.
- El cielo, conforme avanzaba el otoño, iba volviéndose más azul y más alto y, al alzar distraídamente la mirada, vi dos estelas de un avión que avanzaban en línea recta hacia el oeste, paralelas como las vías del ferrocarril.
- –O sea que cometo una equivocación cuando quiero que alguien me comprenda. Quiero que tú me comprendas, por ejemplo.
–No, no es una equivocación –respondió Nagasawa–. La gente lo llama amor. Éste es tu caso, dado que quieres comprenderme. - El mundo entero estaba teñido de rojo. Mi mano, el plato, la mesa..., todo lo que había ante mis ojos estaba teñido de rojo. De un rojo tan brillante que parecía bañado en un jugo de frutas. En aquel atardecer abrumador me acordé de Hatsumi. Y comprendí qué había sido el estremecimiento del corazón que ella me había provocado.
- –Te sorprenderá saber que mientras viajaba sola estuve pensando todo el tiempo en ti.
- –No quiero volver a casa. Allí no hay nadie, no quiero dormir sola.
–¿Y entonces qué vas a hacer?
–Entrar en un love hotel de por aquí y dormir abrazada a ti. - –Eres muy bonita, Midori –corregí.
–¿Cuánto?
–Tan bonita como para hacer que las montañas se derrumben y el mar se seque. - Pronto me sumergí en un sueño sin sueños, pesado como una puerta de plomo.
- –No te compadezcas de ti mismo. Eso sólo lo hacen los mediocres.
- Había un viejo cerezo con las flores casi abiertas. Soplaba un suave viento y la luz confería al paisaje una extraña tonalidad difusa.
- «¡Eh, Kizuki!», pensé. «A diferencia de ti, he decidido vivir como es debido. Tú debiste de sufrir, pero yo también sufro. De veras. Todo lo que está ocurriendo procede de tu muerte: abandonaste a Naoko a su suerte. Yo, en cambio, jamás podré hacerlo, porque la quiero y soy más fuerte que ella. Y aún seré más fuerte. Maduraré. Me convertiré en un adulto. Debo hacerlo. Hasta ahora había deseado permanecer eternamente en los diecisiete o dieciocho años. Pero ya no lo pretendo. Ya no soy un adolescente. Tengo sentido de la responsabilidad. Kizuki, ya no soy el que estaba contigo. He cumplido veinte años. Y debo pagar un precio por seguir viviendo.»
- Nos sentíamos como si estuviéramos flotando a dos o tres centímetros del suelo. No sé, nos daba la impresión de que era mentira, de que una vida tan fácil no podía ser real.
- –Piensa que la vida es como una caja de galletas.
Negué varias veces con un gesto de la cabeza y me quedé mirándola.
–Quizá sea un poco tonto, pero a veces no te entiendo.
–En una caja de galletas hay muchas clases distintas de galletas. Algunas te gustan y otras no. Al principio te comes las que te gustan, y al final sólo quedan las que no te gustan. Pues yo, cuando lo estoy pasando mal, siempre pienso: «Tengo que acabar con esto cuanto antes y ya vendrán tiempos mejores. Porque la vida es como una caja de galletas». - Es la primera vez en mi vida que le escribo una carta a alguien que está sentado en un banco a mi lado. Pero es la única manera que he encontrado para comunicarme contigo. Porque apenas escuchas lo que digo, ¿no es cierto?
- Cuando uno está rodeado de tinieblas, la única alternativa es permanecer inmóvil hasta que sus ojos se acostumbren a la oscuridad.
- –¿Te gusta mi peinado?
–Es precioso.
–¿Cuánto? –preguntó Midori.
–Es tan bonito que podría derribar todos los árboles de todos los bosques de la Tierra –le dije. - Yo hubiera querido enamorarme de un chico más guapo. Pero qué vamos a hacerle... Me he enamorado de ti.
- –¿Cuánto te gusto?
- –Como para convertir en mantequilla todos los tigres de las junglas del mundo entero.
- –¿Qué deben de hacer las hormigas los días de lluvia? –preguntó Midori.
–No lo sé –dije–. Tal vez hagan la limpieza del hormiguero u ordenen la despensa. Porque las hormigas son muy trabajadoras. - Amar a alguien es algo maravilloso y, si este sentimiento es sincero, no tiene por qué arrojar a nadie en un laberinto.
- Y no debemos vivir de una manera tan rígida, midiendo la longitud con una regla y los ángulos con un transportador como si la vida fuera un depósito bancario. ¿No te parece?
- Si no quieres acabar en un manicomio, abre tu corazón y abandónate al curso natural de la vida. Incluso una mujer débil e imperfecta como yo piensa lo maravilloso que es vivir. Intenta ser feliz. ¡Adelante!
- Sus imágenes me golpeaban, una tras otra, como las olas de la marea, arrastrándome hacia un lugar extraño. Y en este extraño lugar yo vivía con los muertos.
- Cuando murió Kizuki aprendí una cosa. Quizá me resigné a hacerla mía: «La muerte no se opone a la vida, la muerte está incluida en nuestra vida».
- Las nubes eran blancas y alargadas como huesos, y el cielo estaba muy alto. «Ha vuelto el otoño», pensé.
- –Las cartas no son más que un trozo de papel. Aunque se quemen, en el corazón siempre queda lo que tiene que quedar; por más que las guardes, lo que no debe quedar desaparece.
- –Tal vez jamás vuelva a verte, pero siempre me acordaré de ti y de Naoko.
- Estábamos vivos y teníamos que preocuparnos por seguir viviendo.
- ¿Dónde estaba? Todavía con el auricular en la mano, levanté la cabeza y miré alrededor de la cabina. ¿Dónde estaba? No logré averiguarlo. No tenía la más remota idea de dónde me hallaba. ¿Qué sitio era aquél? Mis pupilas reflejaban las siluetas de la multitud dirigiéndose a ninguna parte. Y yo me encontraba en medio de ninguna parte llamando a Midori.