Las mejores frases | El cuento de la criada (The Handmaid's Tale), de Margaret Atwood (El cuento de la criada 1)


01. No dejes que los bastardos te carbonicen.

02. Mejor nunca significa mejor para todos, comenta. Para algunos siempre es peor.

03. Sólo se puede pensar claramente con la ropa puesta.

04. No soy la justificación de tu existencia.


05. Contando, más que escribiendo, porque no tengo con qué escribir y, de todos modos, escribir está prohibido.

06. Quiero tenerlo todo otra vez, tal como era. Pero este deseo no tiene sentido.

07. Cuando evocamos el pasado, escogemos las cosas bonitas. Nos gusta creer que todo era así.

08. Me gustaría creer que esto no es más que un cuento que estoy contando. Necesito creerlo. Debo creerlo. Los que pueden creer que estas historias son sólo cuentos tienen mejores posibilidades.

09. Uno sólo puede sentir celos de una persona que tiene algo que debería pertenecerle a uno.

10. Hacer caso omiso no es lo mismo que ignorar, hay que trabajar para ello.

11. Vive el presente, saca el mayor partido de él, es todo lo que tienes. Tiempo para hacer el inventario.

12. No era la primera vez que daba muestras de ignorar realmente las condiciones reales en las que vivíamos.

13. Me muero por tocar algo, algo que no sea tela ni madera. Me muero por cometer el acto de tocar.

14. Una rata que está dentro de un laberinto es libre de ir a cualquier sitio, siempre que permanezca dentro del laberinto.

15. Suspirábamos por el futuro. ¿De dónde sacábamos aquel talento para la insaciabilidad?

16. Vivíamos, como era normal, haciendo caso omiso de todo. Hacer caso omiso no es lo mismo que ignorar, hay que trabajar para ello.

17. Desearía no sentir vergüenza. Me gustaría ser una descarada. Me gustaría ser ignorante. Entonces no sabría lo ignorante que soy.

18. Pronto descubro que en realidad no me avergüenzo. Disfruto con el poder: el poder de un hueso, que no hace nada pero está ahí.

19. Todo lo que tienes que hacer, me digo a mí misma, es mantener la boca cerrada y parecer estúpida. No es tan difícil.

20. De lo posible, de lo imposible, de qué se podía hacer. Pensábamos que teníamos problemas. ¿Cómo llegamos a saber que éramos felices?

21. En cuanto a mi esposo, dijo, es nada más y nada menos que eso: mi esposo. Quiero que esto quede absolutamente claro. Hasta que la muerte nos separe.

22. Creo en la resistencia del mismo modo que creo que no puede haber luz sin sombra o, mejor dicho, no hay sombra a menos que también haya luz.

23. Aprendimos a susurrar casi sin hacer ruido...Aprendimos a leer el movimiento de los labios: con la cabeza pegada a la cama, tendidas de costado, nos observábamos mutuamente.

24. La humanidad es muy adaptable decía mi madre. Es sorprendente la cantidad de cosas a las que llega a acostumbrarse la gente si existe alguna clase de compensación.

25. Hay más de un tipo de libertad...Libertad para y libertad de. En los tiempos de la anarquía, habla libertad para. Ahora nos dan libertad de. No la menospreciéis.

26. Está sonando la campana que marca el tiempo. Aquí el tiempo se mide con campanas, como ocurría antes en los conventos de monjas. Y, también como en un convento, hay pocos espejos.

27. Alguna vez vivieron aquí médicos, abogados, profesores de universidad. Pero ya no existen los abogados, y las universidades están cerradas.

28. El momento de la traición es lo peor, el momento en que uno sabe, más allá de toda duda, que ha sido traicionado: que otro ser humano le ha deseado a uno tantas desgracias.

29. Es difícil no quedar impresionado, pero hago un esfuerzo: intento imaginármelo en la cama con su esposa y su criada, fertilizando como un loco, como un salmón en celo, fingiendo que no obtiene ningún placer.

30. Ésta es la clase de detalles que les gusta: arte popular, arcaico, hecho por las mujeres en su tiempo libre con cosas que ya no sirven. Un retorno a los valores tradicionales. No consumir, no desear. Si no consumo, ¿Por qué, a pesar de ello, deseo?


31. ¿Pero quién puede recordar el dolor, una vez que éste ha desaparecido? Todo lo que queda de él es una sombra, ni siquiera en la mente ni en la carne. El dolor deja una marca demasiado profunda como para que se vea, una marca que queda fuera del alcance de la vista y de la mente.

32. O a veces, incluso cuando aún estabas amando, te levantabas en mitad de la noche, cuando la luna entraba por la ventana e iluminaba su rostro dormido, oscureciendo las sombras de las cuencas de sus ojos y volviéndolas más cavernosas que durante el día, y pensabas: ¿Quién sabe lo que hacen cuando están a solas, o con otros hombres? ¿Quién sabe lo que dicen, o a dónde van? ¿Quién puede decir lo que son realmente? En la cotidianeidad. Probablemente, en esos momentos pensarías: ¿Y si no me ama?

33. Pero recuerda que el perdón también es un signo de poder. Implorarlo es un signo de poder, y negarlo o concederlo es un signo de poder, tal vez el más grande. Quizá nada de esto se puede verificar. Quizá no se trata realmente de quién puede poseer a quién, de quién puede hacer qué a quién, incluso la muerte, sin ser castigado. Quizá no se trata de quién puede sentarse y quién tiene que arrodillarse o estar de pie o acostarse con las piernas abiertas. Quizá se trata de quién puede hacer qué a quién y ser perdonado por ello. No me digáis que significa lo mismo.

34. Caer en las garras del amor, dijimos; yo caí en los brazos de él. Éramos mujeres caídas. Creíamos en ello, en este movimiento descendente: tan hermoso como volar, y sin embargo, al mismo tiempo, tan terrible, tan extremo, tan improbable. Dios es amor, dijeron alguna vez, pero nosotras pusimos la frase del revés y el amor, como el Cielo, estaba siempre a la vuelta de la esquina. Cuanto más creíamos en el Amor abstracto y total, más difícil nos resultaba amar al hombre que teníamos a nuestro lado. Siempre esperábamos una encarnación. Esa palabra, hecha carne. Y en ocasiones ocurría, por una vez. Esa clase de amor viene y se va y después es difícil recordarlo, como el dolor. Un día mirabas a ese hombre y pensabas Te amé, y lo pensabas en tiempo pasado, y te sentías maravillada porque haberlo hecho era una tontería, algo sorprendente y precario; y también comprendías por qué en aquel momento tus amigos se habían mostrado evasivos.
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