Hace varios años que no veo la isla.
El tiempo es solo una colección de puntos de libro que utilizo para avanzar y retroceder en el texto de mi vida, y así poder regresar una y otra vez a los acontecimientos que me marcaron,
El padre de Teddy Daniels había sido pescador.
Se lavó las manos y la cara y comprobó el aspecto que tenía en un pequeño espejo que colgaba encima del lavamanos,
El mero hecho de olerla, de imaginarla, de crearla en su mente y de retenerla allí.
Una delgada fila de algodones color púrpura empezaba a formarse, como si se tratara de manchas de tinta.
Todo depende de los ojos con que se miren.
El mar se calmó al otro lado y los colores llenaron el cuadro, como si hubieran sido trazados con un pincel.
—No obstante, ¿debemos perder el pasado para asegurarnos el futuro? —Chuck lanzó el cigarrillo al mar—.
Por las noches volvía a la vida en sus sueños
Sí, cierto, era un engaño muy cruel de la mente, pero hacía mucho tiempo que Teddy había aceptado su lógica: despertar,
recuerdos de su mujer que su cerebro encerraba como una cerilla encendida.
Si no dejabas de correr, no podían atraparte.
Una de las jardineras, una mujer de mediana edad, de pelo ralo color
trigo que estaba casi calva en la parte superior de la cabeza, se quedó
mirando a Teddy, y después se llevó un dedo a los labios.
—Es bueno tener sueños —afirmó Chuck—. ¿No está de acuerdo?
Esos ojos, pensó Teddy. Aunque fuera una fotografía, seguían aullando.
la isla había comenzado a crujir en la oscuridad y la brisa se había convertido en viento.
—Y la palabra importante aquí es «vivir», vivir como una pareja libre en el mundo real.
Aquella música amable se arrastraba por toda la habitación como si de una araña se tratara.
—No me educaron para huir de los problemas, doctor —confesó Chuck.
—¡Ah, sí, la educación! ¿Quién le educó?
—Unos osos —contestó Teddy.
—Primero vaya a ver un campo de exterminio, doctor, y luego cuénteme lo que opina de Dios.
Él era su barco y, cuando lo perdió, simplemente se dejó llevar por la corriente.
Eran las cinco de la mañana, y la lluvia caía sobre el mundo entero.
Este mundo solo puede recordarme lo que no tengo,
¿Cuántos psiquiatras hacen falta para enroscar una bombilla?
—No lo sé. ¿Cuántos?
—Ocho.
—¿Por qué?
—No debería analizar tanto las cosas.
Teddy pudo sentir su agotamiento como si fuera algo vivo, roto, un cuarto cuerpo que subiera la escalera con ellos.
Una vez que se ha tirado el veneno al pozo, ¿cómo es posible sacarlo del agua?
—Así pues, ¿quién es el sesenta y siete?
¿Qué todo está ahí dentro, que no tienen acceso y que tampoco pueden controlarlo? Es la mente la que nos controla, ¿no creen?
Tengo mis días negros, aunque supongo que todo el mundo los tiene. La
diferencia es que la mayoría de la gente no mata a sus maridos con un
hacha.
Podía verla en las gotas de agua, disolviéndose por el impacto.
«Quizás hayas sido la primera en verle, Linda, pero yo le veré hasta el final de sus días».
—Yo soy el camino —afirmó—. Yo soy la luz.
Es vuestro futuro, vuestro pasado, y gira igual que la Luna alrededor de la Tierra.
Aquella única palabra, lo que Bridget había garabateado a toda prisa y que estaba empezando a borrarse bajo la lluvia: Corre.
Aparecerá en medio del océano y se dirá a sí mismo: «Un momento, no debería estar aquí».
Solo podía mirarla fijamente, observar el terror que invadía sus ojos como una ola.
Había visto a centenares de muertos trepando por su ventana y acercándose a su cama.
Un chillido procedente de la oscuridad. Era ella, y estaba acercándose.
Recorrieron los peñascos de la costa de Shutter Island, y luego deambularon por la isla hasta llegar al cementerio.
La echo tanto de menos que..., si estuviera sumergido en el agua, no echaría tanto de menos el oxígeno.
Si hubiera una puerta, bajo su cuerpo, y se hubiera abierto cuando murió
y se hubiera ido a través de ella, volvería mañana a París para cruzar
esa misma puerta y reunirme con ella.
Aplacar su imagen, hasta que un día se convirtiera en un sueño
Quiero abrazarte otra vez, olerte... y, sí, también quiero que desaparezcas. Por favor, por favor, desaparece...»
La lluvia caía de forma cansina y constante.
Había una escalera que bajaba en picado hacia la oscuridad,
A Teddy le tembló la mano mientras intentaba encender otra cerilla; el fósforo resbaló y se rompió.
Qué ruido hacía un corazón al romperse de placer, cuando el mero hecho
de ver a alguien te llenaba de una forma que la comida, la sangre o el
aire jamás podrían hacer,
Era el sonido más solitario que conocía. A uno le entraban ganas de abrazar algo: a una persona, una almohada, a sí mismo.
El mar se extendía hasta el infinito bajo un cielo cada vez más oscuro, y se sintió muy pequeño, completamente humano;
Cierto, él solo era un puntito. Pero formaba parte de ello, constituía un todo. Y respiraba.
Sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, y vio unos ojos que le miraban.
Una vez que se está dentro, no se puede salir.
Aquí están fabricando fantasmas, agente. Fantasmas que saldrán al mundo y que harán un trabajo fantasmal.
Los sueños a menudo se confunden, se entremezclan y acaban pareciendo una novela escrita por Picasso.
Ella le sostuvo la mirada desde el otro lado de las llamas, con ojos firmes y claros.
—Todo el mundo —repitió.
Queremos recuperar los viejos tiempos, y ni siquiera los recordamos. Y,
por paradójico que parezca, deseamos llegar al futuro a toda velocidad.
Si la luna puede alterar el mar de esa manera, imagínese el efecto que puede tener sobre la mente.
Todos los muertos y quizá muertos estaban poniéndose el abrigo.
Vio a la chica de sus sueños, flotando junto a él, con los ojos abiertos y resignados.
—Ahora tengo que cruzar esa puerta, cariño.
Quizás este lugar sea demasiado pequeño para mí; o, tal vez, yo sea demasiado pequeño para este lugar.
Los dioses no habían alineado las estrellas para hacerle conocer a su media naranja y después separarle de ella.
La desolación de su madre estaba grabada en sus pupilas, y sus ojos buscaban las nubes.
La observó columpiarse, y lo peor de todo fue darse cuenta de lo mucho que la amaba.
—Necesito que me quieras —dijo ella—. Necesito que me salves.
Teddy la miró a los ojos, y le brillaban tanto que dolía.
—Quizás estemos en la tierra para no saber ciertas cosas.
Somos demasiado listos para permitirlo.
—Sí —asintió Teddy—. Lo somos, ¿verdad?