Vuelvo ahora de hacer una visita a mi casero, el solitario vecino con
quien voy a tener que lidiar. ¡Realmente es hermosa esta comarca!
Cumbres Borrascosas es el nombre de la finca del señor Heathcliff.
Somos tan mudables como las veletas.
Ningún sacerdote del mundo habrá acertado a pintar
nunca el cielo con tan hermosas tintas como ellos lo estaban haciendo a
través de su inocente charla.
Es a Dios a quien incumbe el castigo de los réprobos; nosotros tenemos que aprender a perdonar.
–Pues amo el suelo que pisa y el aire que respira y todo lo que toca y
lo que dice. Me gusta su forma de mirar y de comportarse, me gusta todo
él de arriba abajo. ¡Ya está!
Lo único que iba a decirte es que el cielo no me parecía mi casa. Se me
partía el alma de puro llorar porque quería volverme a la tierra, y los
ángeles se enfadaron tanto que me echaron y fui a caer en pleno páramo,
en lo más alto de Cumbres Borrascosas. Y me desperté allí llorando de
alegría.
Así que nunca sabrá cuánto le amo. Y no por guapo, Nelly, sino porque es más que yo misma. Sea
cual fuere la sustancia de que están hechas las almas, la suya y la mía
son idénticas, y la de Linton es tan diferente de ellas como puede
serlo un rayo de luna de un relámpago o la escarcha del fuego.
Si perecieran todas las demás cosas, pero quedara
él, podría seguir viviendo. Si, en cambio, todo lo demás permaneciera y
él fuera aniquilado, el mundo se me volvería totalmente extraño y no me
parecería formar parte de él.
Mi amor por Linton es como el follaje de un bosque,
y estoy completamente segura de que cambiará con el tiempo, de la misma
manera que el invierno transforma los árboles. Pero mi amor por
Heathcliff se parece al cimiento eterno y subterráneo de las rocas; una
fuente de alegría bien poco apreciable, pero no se puede pasar sin ella.
El regreso de la luz del sol hallaba en él una respuesta igualmente luminosa.
–¡Mañana me parecerá que ha sido un sueño! –exclamaba–. No me podré
creer que mis ojos te han visto, que te he tocado, que he vuelto a
hablar contigo.
He luchado duro contra la vida desde que oí tu voz por última vez. Y tienes que perdonarme porque solamente luchaba por ti.
El tirano oprime a sus siervos y ellos nunca se revuelven contra él, lo que hacen es machacar a los que tienen debajo.
Podrás hacerte dueño de todo lo que tocas, pero mi alma estará en lo
alto de aquella colina antes de que me vuelvas a poner la mano encima.
–¡Son las primeras flores de las Cumbres! –exclamó–. Me recuerdan las
brisas templadas del deshielo, los cálidos rayos de sol y la nieve a
punto de fundirse.
Toda reliquia de una persona muerta, si la quisimos en vida, resulta algo valioso.
En dos palabras se resumiría entonces mi futuro: muerte e infierno; porque la vida, si la perdiera a ella, sería un infierno.
Aun cuando él llegara a quererla con todas las potencias de su alma
mezquina, no sería capaz de amarla en ochenta años, tanto como yo en un
solo día. Y el corazón de Catherine es igual al mío en hondura.
Pretender que él monopolice todo ese caudal de afecto sería intentar
meter en un cubo toda el agua del mar.
Me estoy muriendo por escapar a ese otro mundo glorioso y quedarme a
vivir en él para siempre, en vez de atisbarlo entre lágrimas, de un modo
borroso, y de suspirar por él entre las paredes de mi doliente corazón.
Si me amabas, ¿en nombre de qué ley me abandonaste?
No he sido yo quien ha roto tu corazón, te lo has roto tú misma, y al hacerlo has destrozado, de paso, el mío.
Quédate siempre conmigo, bajo la forma que quieras, ¡vuélveme loco! Pero
lo único que no puedes hacer es dejarme solo en este abismo donde no
soy capaz de encontrarte. ¡Oh, Dios mío, es inconcebible! ¡No puedo vivir sin mi vida! ¡No puedo vivir sin mi alma!
Le di mi corazón, lo cogió, lo pisoteó hasta dejarlo sin vida y me lo devolvió luego.
¿Qué clase de amor es el tuyo que no puedes resistir una tormenta de nieve?
Los rayos del sol poniente se detenían allí, arrancando destellos de los
picos más altos, mientras el resto del paisaje se iba hundiendo en la
sombra.
En su rostro se pintaba una expresión de infinito dolor.
Si tuviera usted alguna pena de verdad, le daría vergüenza desperdiciar una sola lágrima por esa contrariedad tan pequeña.
Se está muriendo por usted, tan cierto como que yo estoy vivo, y con su
inconstancia le ha roto el corazón, pero no es una frase, es verdad.
¡No, no me bese, me cortaría la respiración, pobre de mí!
Se puso a decir que la manera más grata de pasar un día caluroso de
julio era tumbarse de la mañana a la noche en un ribazo lleno de brezos
en medio del páramo, con las abejas zumbando como en sueños en torno a
las flores, con las alondras cantando allá arriba sobre nuestras cabezas
y el cielo resplandeciendo brillante y azul, imperturbable y sin nubes.
Ésa era su noción de la más perfecta y celestial felicidad.
¿Ha cambiado para mejor, o existe, al menos, alguna esperanza de que mejore cuando se haga un hombre?
Pues este es tu día, más o menos, solo que con nubes, pero tan suaves y apacibles que resulta más bonito que si hubiera sol.
Cada ráfaga de brisa llegada de las colinas venía tan cargada de vida
que daba la impresión de poder reanimar a cualquiera que la aspirase,
Te consumes de amor, ¿verdad? No hay nada en el mundo igual a eso.
Según mis previsiones, ya tendrá tiempo de llorar; de ahora en adelante será su principal diversión,
Soñé que estaba durmiendo a su lado mi último sueño, en aquel lecho, con mi corazón inmóvil y mi mejilla helada contra la suya.
–¿Ni un solo libro? –exclamé–. Permítame que me tome la libertad de preguntarle cómo se las arregla para vivir sin libros.
Pero la mayoría de ellos los llevo escritos en la mente y grabados en el corazón, y eso no me lo puede quitar nadie.
No hay nada más tétrico en invierno ni más divino en verano que esas
estrechas vaguadas encajonadas entre cerros y esas audaces y escarpadas
cumbres cubiertas de brezo.
¿Existe alguna cosa que no la acerque a mí y no me
la recuerde? No puedo ni bajar la vista al suelo sin que sus rasgos se
dibujen en las baldosas. En cada nube, en cada árbol, colmando el aire
nocturno y refulgiendo de día a rachas en cada objeto, me veo
continuamente cercado por su imagen.
El mundo entero es una atroz colección de testimonios acreditativos de que vivió y de que ya la he perdido.
¡Y, sin embargo, no puedo seguir viviendo así! Tengo que concentrar
todas mis potencias para respirar y hasta casi mandarle a mi corazón que
siga latiendo.
Invadida por el terror, se me ladeó la vela y se apagó contra la pared, dejándonos a oscuras.
La memoria me trasladaba, aun en contra de mi voluntad, a los tiempos de antaño y me hundía en una opresiva tristeza.
Y le lloraba, en fin, con esa profunda pena que
brota espontáneamente de los corazones generosos, aun cuando se muestren
duros como el acero.
Deambulé alrededor de ellas bajo aquel cielo benigno; contemplé el
revoloteo de las mariposas entre el brezo y las campánulas, escuché el
sonido suave del viento soplando por entre la yerba. Y me preguntaba
cómo se le podía ocurrir a nadie atribuir un sueño inquieto a quienes
duermen bajo aquella apacible tierra.