Las mejores frases | Bajo la misma estrella (The Fault in Our Stars), de John Green


A finales del invierno de mi decimoséptimo año de vida, mi madre llegó a la conclusión de que estaba deprimida, seguramente porque apenas salía de casa, pasaba mucho tiempo en la cama, leía el mismo libro una y otra vez, casi nunca comía y dedicaba buena parte de mi abundante tiempo libre a pensar en la muerte.

Hazel, te mereces una vida.

Solo hay una cosa en el mundo más jodida que tener cáncer a los dieciséis años, y es tener un hijo con cáncer.

«Dios, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que puedo cambiar y sabiduría para entender la diferencia».

—¿Y cómo estás? —le preguntó Patrick.
—Muy bien. —Esbozó una sonrisa torcida—. Estoy en una montaña rusa que no hace más que subir, amigo mío.

—Augustus, quizá te gustaría compartir tus miedos con el grupo.
—¿Mis miedos?
—Sí.
—Me da miedo el olvido. —Habló sin pensárselo un segundo—. Lo temo como el ciego al que le da miedo la oscuridad.

—Llegará un día en que todos nosotros estaremos muertos —dije—. Todos nosotros. Llegará un día en que no quedará un ser humano que recuerde que alguna vez existió alguien o que alguna vez nuestra especie hizo algo. No quedará nadie que recuerde a Aristóteles o a Cleopatra, por no hablar de vosotros. Todo lo que hemos hecho, construido, escrito, pensado y descubierto será olvidado, y todo esto —continué, señalando a mi alrededor— habrá existido para nada. Quizá ese día llegue pronto o quizá tarde millones de años, pero, aunque sobrevivamos al desmoronamiento del sol, no sobreviviremos para siempre. Hubo tiempo antes de que los organismos tuvieran conciencia de sí mismos, y habrá tiempo después. Y si te preocupa que sea inevitable que el hombre caiga en el olvido, te aconsejo que ni lo pienses.

Un dolor imperial, el libro que yo consideraba la Biblia.

—¿Por qué me miras así?
Augustus esbozó una media sonrisa.
—Porque eres guapa. Me gusta mirar a las personas guapas, y hace un tiempo decidí no privarme de los sencillos placeres de la vida.
La brisa primaveral era algo fresca, y la luz del atardecer, de una delicadeza divina.


—¿Qué es eso de «siempre»?
El ruido de lametones aumentó de volumen.
—«Siempre» es su rollo. Siempre se querrán y esas cosas.

—Los cigarrillos no te matan si no los enciendes —me dijo mientras mi madre se acercaba al bordillo—. Y nunca he encendido ninguno. Mira, es una metáfora: te colocas el arma asesina entre los dientes, pero no le concedes el poder de matarte.

Lo seguí hasta la casa. En la entrada había una placa con la inscripción «El hogar está donde está el corazón».

«Es difícil encontrar buenos amigos, e imposible olvidarlos»

«El amor verdadero nace de los tiempos difíciles»

«La familia es para siempre»

En los días más oscuros el Señor te pone en el camino a las mejores personas.

Me gustaba que fuera profesor titular en el Departamento de Sonrisas Ligeramente Torcidas y que compaginara ese puesto con el de profesor del Departamento de Voces Que Hacen Que Mi Piel Se Sienta Piel.

Algunas veces lees un libro, sientes un extraño afán evangelizador y estás convencido de que este desastrado mundo no se recuperará hasta que todos los seres humanos lo lean. Y luego están los libros como Un dolor imperial, de los que no puedes hablar con nadie, libros tan especiales, escasos y tuyos que revelar el cariño que les tienes parece una traición.

«Sin dolor, ¿cómo conoceríamos el placer?».

—¿Mañana? —me preguntó.
—Paciencia, saltamontes —le aconsejé—. No querrás parecer ansioso...
—No, por eso te he dicho mañana —me contestó—. Quisiera volver a verte hoy mismo, pero estoy dispuesto a esperar toda la noche y buena parte de mañana.

Bueno, ha llegado el momento de plantarle cara al día, jovencita.

Sus lágrimas parecían un silencioso metrónomo, constante e infinito.

El amor es mantener las promesas pase lo que pase. ¿No crees en el amor verdadero?

Me tumbé en la hierba, en un extremo del patio, observé Orión, la única constelación que distinguía, y lo llamé.

Te mueres en medio de la vida, en mitad de una frase.

Su libro me cuenta lo que estoy sintiendo incluso antes de que lo sienta, y lo he releído muchísimas veces.

—Sí. Me voy a dormir. Es casi la una.
—Bien —le contesté.
—Bien —me respondió.
Me dio la risa tonta y repetí «Bien». La línea se quedó en silencio, pero no se cortó. Casi sentía que estaba en la habitación conmigo, pero mejor, porque ni yo estaba en mi habitación ni él en la suya, sino que estábamos juntos en algún lugar invisible e indeterminado al que solo podía llegarse por teléfono.
—Bien —dijo después de una eternidad—. Quizá «bien» será nuestro «siempre».
—Bien —añadí.
 
Creo que no todo el mundo puede conservar sus ojos, o no ponerse enfermo, o lo que sea, pero todo el mundo debería tener amor verdadero, y debería durar como mínimo toda la vida.

«Todos te echamos mucho de menos. No te olvidamos. Es como si hubiéramos salido todos heridos de tu batalla, Caroline. Te echo de menos. Te quiero.»

Todos aquellos pensamientos eran momentos perdidos en una vida que, por definición, está formada por una cantidad finita de momentos. Incluso intenté decirme a mí misma que aquel sería el mejor día de mi vida.

—Hazel —me dijo mi madre—, ¿estás en la luna?
—No, estoy pensando, supongo —le contesté.
—Estás enamorada —dijo mi padre sonriendo.

—Cariño —me interrumpió mi madre—, ¿qué te pasa?
—Que soy como... como una granada, mamá. Soy una granada, y en algún momento explotaré, así que me gustaría que hubiera el menor número de víctimas posible, ¿vale?

Siempre había pensado que el mundo era una gran fábrica de conceder deseos.

Si ella estuviera mejor, o usted más enfermo, las estrellas no se habrían cruzado de forma tan terrible, pero la naturaleza de las estrellas es cruzarse, y nunca Shakespeare se equivocó tanto como cuando hizo decir a Casio: «La culpa, querido Bruto, no la tienen nuestras estrellas / sino nosotros». Es muy fácil decirlo cuando eres un noble romano (o Shakespeare), pero nuestras estrellas tienen no poca culpa de lo que nos sucede.

Estoy divagando, pero el problema es el siguiente: a los muertos solo se les ve con el terrible ojo sin párpado de la memoria.

Pensé que sonaba como un dragón que respirara a la vez que yo, como si tuviera por mascota a un dragón que se acurrucaba a mi lado y me quería tanto que sincronizaba su respiración con la mía.

Los dos pequeños columpios estaban ahí, abandonados, todavía colgando tristemente de una plancha de madera enmohecida y con los asientos en forma de sonrisa dibujada por un niño.

Estás tan ocupada siento tú que no tienes ni idea de lo absolutamente original que eres.

Todo es frágil y efímero, querido lector, pero con estos columpios tus hijos aprenderán a familiarizarse con las subidas y bajadas de la vida humana poco a poco y sin peligro, y aprenderán también la lección más importante de todas: por mucho impulso que te des, por muy alto que llegues, no puedes dar una vuelta entera.

Mientras leía, sentí que me enamoraba de él como cuando sientes que estás quedándote dormida: primero lentamente, y de repente de golpe.

Sería genial volar en un avión superrápido que por un tiempo pudiera seguir el amanecer alrededor del mundo.

—Estoy enamorado de ti, y no me apetece privarme del sencillo placer de decir la verdad. Estoy enamorado de ti y sé que el amor es solo un grito en el vacío, que es inevitable el olvido, que estamos todos condenados y que llegará el día en que todos nuestros esfuerzos volverán al polvo. Y sé que el sol engullirá la única tierra que vamos a tener, y estoy enamorado de ti.
«Venid corriendo. Estoy degustando las estrellas».

El sol era como un niño pequeño que se niega a irse a la cama. Eran las ocho y media pasadas y todavía había luz.

Son almas bondadosas y generosas que nos sirven de inspiración cada vez que respiran.

Lo que define al hombre es su capacidad de maravillarse ante la majestuosidad de la creación.

Ese sentimiento de entusiasmo y gratitud por el mero hecho de poder maravillarme ante las cosas.

Hazel Grace. Sería un privilegio que me rompieras el corazón.

Él se apartó un poco, señaló un espejo y dijo:
—Mira, infinitas Hazel.
—Hay infinitos más grandes que otros infinitos —contesté arrastrando las palabras e imitando a Van Houten.

Creo que en este mundo tienes que elegir cómo cuentas las historias tristes, y nosotros elegimos la versión divertida.

Aprietas los dientes. Miras al techo. Te dices a ti misma que si te ven llorando, sufrirán, y solo serás tristeza para ellos, y no debes convertirte en mera tristeza, así que no llorarás, y te dices todo esto a ti misma mirando al techo, y luego tragas saliva, aunque la garganta no la deja pasar, y miras a la persona que te quiere y sonríes.

—Hoy va... va... va a ser el mejor día de tu vida. Ahora esta es tu guerra.

—Estoy en una montaña rusa que no hace más que subir —me dijo.

Parecía una eternidad, como si hubiéramos estado juntos una breve pero infinita eternidad. Hay infinitos más grandes que otros infinitos.

Su espíritu se elevó como un águila indomable hasta que el mundo no pudo albergar su feliz alma.

Cuando los científicos del futuro se presenten en mi casa con ojos robot y me pidan que los pruebe, les contestaré que se vayan a tomar por culo, porque no quiero ver un mundo sin él.

Augustus Waters fue el fugaz gran amor de mi vida. La nuestra fue una historia de amor épica, y no profundizaré más en el tema para no hundirme en un mar de lágrimas.

—No puedo hablar de nuestra historia de amor, así que hablaré de matemáticas. No soy matemática, pero de algo estoy segura: entre el 0 y el 1 hay infinitos números. Están el 0,1, el 0,12, el 0,112 y toda una infinita colección de otros números. Por supuesto, entre el 0 y el 2 también hay una serie de números infinita, pero mayor, y entre el 0 y un millón. Hay infinitos más grandes que otros. Nos lo enseñó un escritor que nos gustaba. En estos días, a menudo siento que me fastidia que mi serie infinita sea tan breve. Quiero más números de los que seguramente obtendré, y quiero más números para Augustus de los que obtuvo. Pero, Gus, amor mío, no puedo expresar lo mucho que te agradezco nuestro pequeño infinito. No lo cambiaría por el mundo entero. Me has dado una eternidad en esos días contados, y te doy las gracias.

Todo lo que sé del cielo y de la muerte está en este parque: un elegante universo en incesante movimiento, lleno de ruinas deterioradas y de niños que gritan.

A casi todo el mundo le obsesiona dejar huella en el mundo. Dejar un legado. Sobrevivir a la muerte. Todos queremos que nos recuerden. Yo también.

Las huellas que dejamos los hombres suelen ser cicatrices.

Mis pensamientos son estrellas con las que no puedo formar constelaciones.

En cualquier caso, los verdaderos héroes no son los que hacen cosas. Los verdaderos héroes son los que OBSERVAN las cosas, los que les prestan atención.

La cogía de la mano e intentaba imaginar el mundo sin nosotros, y por un segundo fui lo bastante buena persona para esperar que se muriera y así nunca llegara a enterarse de que yo me moría también. Pero después quise más tiempo para que pudiéramos enamorarnos. He conseguido mi deseo, supongo, y he dejado mi cicatriz.

¿Qué más? Es preciosa. No te cansas de mirarla. No tienes que preocuparte de si es más inteligente que tú, porque sabes que lo es. Es divertida sin pretenderlo siquiera. La quiero. Tengo la inmensa suerte de quererla, Van Houten. No puedes elegir si van a hacerte daño en este mundo, pero sí eliges quién te lo hace. Me gustan mis elecciones. Y espero que a ella le gusten las suyas.
Me gustan, Augustus.
Me gustan.
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