Lo que parece una elaborada capa de lentejuelas en este colibrí macho puede desaparecer en cuanto inclina la cabeza.
Las plumas de la garganta y de la cara son iridiscentes; dependiendo del ángulo de visión, el plumaje puede mostrar tonos brillantes o mundanos. El colibrí de Anna macho corteja a sus parejas, quedándose absolutamente quieto y cantando con el corazón a su potencial compañera.
Al quedarse inmóvil, garantiza que ella vea su coloración magenta en la cara.
Los investigadores todavía están investigando el propósito de la coloración caleidoscópica. La iridiscencia aparece en pájaros, escarabajos y arañas, entre otros. Algunos biólogos creen que el brillo podría reforzar el intento de un animal de hacerse notar por sus potenciales parejas, por ejemplo.
Y algunos organismos pueden controlar los ángulos precisos en los que muestran sus rasgos iridiscentes, lo que indica que utilizan sus colores para comunicarse. Pero estas estrategias de comunicación tienen que ser fiables y consistentes, según señala un equipo de investigación de la Universidad de Melbourne (Australia) en un artículo publicado recientemente en Trends in Ecology & Evolution. Un color que cambia con el más mínimo movimiento de su espectador o propietario parece lo contrario de «fiable».
El grupo llegó a la conclusión de que las partes del cuerpo parecidas a las bolas de discoteca probablemente vengan acompañadas de otras características físicas o de comportamiento que garanticen la transmisión del mensaje.
Estas tácticas de comunicación basadas en la iridiscencia podrían ser útiles también para los humanos, afirma la coautora del estudio, Devi Stuart-Fox, en un comunicado de prensa de la Universidad de Melbourne. «Entender cómo los animales emplean y producen de forma fiable estas señales cambiantes puede ayudar al desarrollo de materiales iridiscentes bioinspirados diseñados para los observadores humanos», señaló.