- Nací el 4 de enero de 1951. Es decir: la primera semana del primer mes del primer año de la segunda mitad del siglo XX.
- Aquellas melodías me hablaban de «otro mundo», y lo que me atraía de aquel «otro mundo» era, quizá, que Shimamoto pertenecía a él.
- Algo lleno de sensualidad, como si —esto, por supuesto, lo pensé más tarde— fuera pelando con dulzura, capa a capa, el corazón de las personas.
- Las palabras «Al sur de la frontera» me sonaban enigmáticas. Cada vez que las oía, me preguntaba qué diablos debía de haber allí, al sur de la frontera.
- En aquellos cinco dedos y en aquella palma se concentraban, como en un catálogo, todas las cosas que yo quería saber.
- A veces, hay personas que pueden herir a los demás por el mero hecho de existir.
- Nos veíamos, en un rincón de nuestra cabeza.
- Su belleza no era, sin embargo, espectacular, sino dulce y serena. Me recordó a un animalito que se esconde en el corazón del bosque y que raramente se deja ver.
- —¿Por qué me miras tan fijamente? —me preguntaba.
—Porque eres bonita —respondía yo.
—Eres la primera persona que me lo dice.
—Es que soy el único que lo sabe.
- En labios de otra mujer, aquella sonrisa tal vez hubiese resultado irónica. Pero si la esbozaba Shimamoto, parecía que el mundo entero estuviera sonriendo.
- Hay palabras que quedan para siempre en el corazón de las personas.
- Todo el mundo, en mayor o menor medida, busca un lugar imaginario.
- Todo lo que tiene forma desaparece antes o después. Sin embargo, hay un tipo de sentimientos que permanecen para siempre.
- Le miré las pupilas. No se veía nada. Y en el fondo de ellas se adivinaba, fría y oscura, la muerte.
- En el instante en que ella bajó del coche, mi mundo perdió de golpe todo sentido.
- Si te juntas con mujeres demasiado buenas, ya no podrás volver atrás. Y no poder volver atrás significa perderse.
- A veces pensaba que llorar me produciría alivio. Pero no sabía por qué llorar. No sabía por quién llorar.
- —Por una temporada —repetí— son palabras cuya duración no puede medir la persona que espera.
- —Y «quizás» es una palabra cuyo peso no se puede calcular.
- —Cuando te miro, tengo la sensación de estar viendo una estrella lejana —dije—. Es muy brillante. Pero la luz que veo fue emitida hace decenas de años. Y ahora la estrella tal vez ya no exista. No obstante, a veces esa luz me parece más real que cualquier otra cosa en el mundo.
- Yo que pensaba que al sur de la frontera debía de haber algo maravilloso.
- Cuando le toqué los dedos, ella alzó un poco la cabeza y me miró. Luego volvió a bajar los ojos.
- —El sur de la frontera, el oeste del sol —dijo.
- A fuerza de mirar, día tras día, cómo el sol se eleva por el este, cruza el cielo y se hunde por el oeste, algo, dentro de ti, se quiebra y muere. Y tú arrojas el arado al suelo y, con la mente en blanco, emprendes el camino hacia el oeste. Hacia el oeste del sol. Y sigues andando como un poseso, día tras día, sin comer ni beber, hasta que te derrumbas y mueres.
- —Te quiero. Lo sé con certeza. El amor que siento por ti no lo puede sustituir nada en este mundo —dije—. Es algo muy especial, no quiero volver a perderlo jamás.
- El águila calva come arte, pero también come mañanas.
- —Hay ocasiones en que, una vez has dado un paso adelante, ya no puedes retroceder.
- Los “quizá” tal vez existan al sur de la frontera. No al oeste del sol.
- «Hay muchas maneras de vivir. Hay muchas maneras de morir. Pero eso no tiene ninguna importancia. Al final solo queda el desierto».
- ¿La realidad está al otro lado del eslabón roto? ¿Está a este lado?
- Hasta que alguien se acercó y posó suavemente su mano sobre mi espalda, seguí pensando en el mar.